El antídoto
Me gano la vida hablando y escribiendo sobre empresas. En realidad no la gano, la vivo, porque esto es lo que más me gusta hacer.
Como se pueden imaginar, conozco muchas empresas. Soy como un chico que colecciona figuritas y le encanta mirarlas y mostrárselas a sus amigos. Me fascinan y puedo hablar de ellas con más pasión que ninguna otra cosa.
Sin embargo, no me gusta cualquier figurita. Soy detallista y exigente, y sólo me emociono con las más lindas, las que son especiales. Atesoro las difíciles y cultivo el arte de encontrarlas.
Para mí las mejores figuritas son empresas humanas, antes que mercantiles. Admiro a quienes hacen lo que aman y persiguen sus sueños con la ingenuidad de un niño y esa tenacidad que conmueve. Gente que elige la vida que quiere y se zambulle en la aventura de hacer de eso un negocio, aunque tenga que remar contracorriente.
Por eso cada tanto me hacen sentir un idiota. Cada tanto me cruzo con alguien que me dice, de una u otra manera, que lo que yo amo no existe. Que en los negocios se trata de hacer plata. Punto. Y que la plata siempre es un poquito sucia. Que los sueños y las pasiones los tenés que reservar para los hobbies y que la vida se trata de ir resignándose a eso. Morirse de a poquito, en cómodas cuotas.
En algunas ocasiones (cada vez menos frecuentes), comienzo a dudar. ¿No tendrán razón los escépticos? ¿No estaré equivocado yo? El cinismo es un veneno, de los más poderosos, y en esos momentos necesito con urgencia un antídoto, antes de resignarme y empezar a morirme de a poquito. Antes de perder la capacidad de sorprenderme y emocionarme. Porque de eso se trata la vida, ¿no? De sorprenderse y emocionarse.
El viernes pasado fuimos con unos amigos a escalar el cerro Champaquí, en Córdoba, y volví emocionado y sorprendido. Leer más »El antídoto