Donald Trump mira fijamente al candidato o candidata, que suda frío mientras escucha el veredicto. Los segundos parecen horas. De repente, con un ademán rápido y descendente de su índice derecho, baja la guillotina imaginaria y dice en tono enérgico: “You´re fired” (¡Estás despedido!). Entonces el público aúlla de placer.
La escena, que se repetía al final de cada capítulo del reality show “El Aprendiz”, que protagonizaba el hoy candidato a la presidencia americana, era el clímax que mejor identificaba el tono del programa: capitalismo en su estado más puro.
He aquí un hombre (Trump), económicamente exitoso, que examina duramente a sus aspirantes a empleados y los juzga con el ceño siempre fruncido.
Su palabra es siempre frontal y directa, sin contemplaciones. Impecable. ¿Acaso no era esto el juego de los negocios? Por eso lo aman y lo odian tantas personas. Se trata de ganar o perder.
Los mas competitivos ganan y los otros… a embromarse. “¿Te gustó perder? ¿No te gustó, no?”, se relame en público Donald, con algún reciente expulsado.
Bueno, así son los negocios, muchacho. ¿O no?
En realidad, no.
Al menos hoy en día, no.
Pero lo raro es que a todos nos gustaba El Aprendiz, ¿porqué?
En el principio, fue la caverna
Los estudios más avanzados de sicología evolutiva sugieren que esta mentalidad ganador/perdedor, quedó grabada a fuego en nuestro cerebro miles de años atrás, durante el Pleistoceno (desde 1.800.000 A.C. hasta 10.000 A.C.), una época en la que nosotros los humanos eramos poco más que algunas pequeñas bandas o tribus de cazadores y recolectores, ferozmente enfrentados entre sí por el control de los territorios y las manadas.
Para acortar mucho el relato podríamos decir: “y luego vino Internet”. Pero la historia real es que desde esa “economía de las cavernas”, hasta los modernos negocios basados en el conocimiento y la tecnología, fuimos avanzando gradualmente, paso a paso. En realidad, avanzamos nosotros, pero nuestro cerebro quedó rezagado, anclado en la mentalidad de “si él gana, yo pierdo”. Y viceversa.
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Este esquema mental dominante, que en economía se llama “juego de suma cero” es el que explica los avisos o los libros en los que Ud. ve que se compara a la actividad empresaria con la guerra (por la “supremacía en el mercado”), y donde les venden a los empresarios información “para que derroten a la competencia”. Millones de personas se empapan diariamente de adrenalina fantaseando que, aunque vendan gaseosas o artículos de repostería, están enfrascados en una lucha sin cuartel en la que hay que eliminar al enemigo.
Escuchamos más a antiguos estrategas militares (como el brillante clásico chino Sun Tzu), que a la sucesión de premios Nobel (como John Nash), que llegaron a la conclusión de que en los negocios se gana más con la cooperación y la confianza, que por la competencia pura y dura.
Durante el Pleistoceno, el desarrollo tecnológico fue prácticamente nulo. En esos días sí era cierto que lo que ganaba uno lo perdía el otro. Hace siglos que no es necesariamente así. Y nunca fue menos cierto que ahora, vivimos en una era mucho más interesante. Se puede crear, no hace falta quitarle a nadie su pedazo de la torta.
Tranquilos, hay para todos
Gradualmente, nos vamos dando cuenta de que el verdadero truco del capitalismo no es competir ferozmente, sino hacer algo distinto. ¡Se trata de no competir! (siempre que se pueda evitar, claro).
Sabemos que el valor de los productos y servicios nace de las necesidades que satisfagan, y que en el mundo abundan las personas con la capacidad económica para adquirir esos bienes. Hay millones de mercados por ser descubiertos.
Una velocidad de desarrollo tecnológico siempre creciente, una disponibilidad de las nuevas tecnologías para grupos humanos cada vez más amplios, una serie de nuevas tendencias y necesidades sociales y un acceso cada vez más sencillo a toneladas de información, pintan ahora el panorama de los negocios.