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Lo que el café puede enseñarte para ser más creativo

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Hasta 1650 no había cafés en Oxford ni en el resto de Inglaterra. Tampoco había tantas ideas, ya que por distintas razones, la gente pasaba el día bebiendo otra cosa: alcohol. Y pasar el día borracho no era un gran estimulante para ser más creativo. 

Todo cambió cuando abrió sus puertas The Grand Cafe, o al menos eso es lo que propone Steven Johnson, el escritor y divulgador científico.

Lo que dice ahora Johnson (y no es el primero en hacerlo), es que los cafés aceleraron el progreso del conocimiento, no sólo por ofrecer la bebida estimulante, lo que ya sería bueno. Lo hicieron porque se transformaron en lugares donde la gente iba a compartir sus ideas.

Sostiene, como Matt Ridley, que las ideas nacen no de un vacío, sino de la mezcla más o menos consciente que hacemos de ideas anteriores. Las ideas se combinan, se yuxtaponen y se suman, para crear otras nuevas. Como dice Ridley, las ideas “tienen sexo” y engendran otras nuevas ideas.

Pero junto con ese reconocimiento (que las ideas proceden de otras preexistentes) llega este otro: en general no existen esos momentos “eureka” que tanto se han popularizado como momentos míticos en que un genio finalmente se ilumina.

Son mas bien una serie de pequeñas “iluminaciones” las que van construyendo la nueva teoría, concepto, invento o lo que sea que hayamos descubierto. Es mucho más un proceso, del que no nos damos cuenta o nos vamos dando cuenta gradualmente, que un flash de iluminación puntual.

¿Y para qué nos sirve todo esto?

En primer lugar, para valorar todos los sitios e instituciones (como el café), en el que la gente se reúne para charlar e intercambiar ideas. Por supuesto, esto se aplica tanto al café como a los seminarios semanales que se suelen organizar en algunos institutos de investigación o incluso áreas de I+D de algunas empresas.

Esto último lo probé personalmente en mi trabajo, tanto en la universidad como en la empresa, y doy fe que funciona de mil maravillas.

En segundo lugar, para dejar de perseguir un ilusorio momento en que todo se nos revelará mágicamente y comenzar a apreciar, valorar y recoger los pequeños “ahás” que se nos van presentando en el curso de un trabajo o investigación.

En tercer lugar, para llenar nuestras vidas y los lugares donde trabajamos, de tantas oportunidades de intercambiar información (y generar nuevas conexiones) como nos sea posible.

Conocer gente nueva, leer libros nuevos, visitar lugares nuevos, abrirse a conversaciones muevas y abandonar los prejuicios para pensar posibilidades y combinaciones aún no exploradas.

Todo esto es mejor aún que el café.