El mundo actual es un lugar donde todo se vuelve viejo cada vez más rápido. Tomemos como ejemplo dos objetos muy comunes en distintas épocas. Las hachas de mano, en primer lugar, se fabricaron casi sin cambios durante un millón de años (desde 1.500.000 AC hasta 500.000 A.C.) y fueron usadas por 30 mil generaciones de homo erectus. Un mouse , por otro lado, es un objeto moderno aproximadamente del mismo tamaño que, en cambio, se vuelve obsoleto cada 5 años.
¿Qué es lo que ha permitido que la tecnología haya dado semejante salto y que hoy avancemos tan rápido? Según el científico y autor británico Matt Ridley, una sola cosa: el sexo de las ideas . Con esta imagen tan extraña, Ridley hace referencia (de un modo llamativo), al intercambio de ideas y a la unión entre ideas diferentes, que está en la base del progreso técnico actual.
La actividad sexual se trata, básicamente, de conocerse y unirse en parejas. En el caso de las ideas sucede lo mismo, las ideas se intercambian y se unen para formar conceptos más complejos y tecnologías más poderosas.
Por ejemplo, ¿quién sabe hoy en día cómo fabricar un mouse ? La respuesta es sorprendente: nadie. Lo cierto es que no existe una sola persona que sea poseedora del todo el conocimiento necesario para fabricar un objeto tan común en nuestros días. Ni siquiera la empresa que lo fabrica (formada probablemente por cientos o miles de personas que ocupan distintas funciones y tienen saberes diferentes), domina todas las tecnologías involucradas en la producción de los insumos que se requieren.
No existe una sola persona que sea poseedora del todo el conocimiento necesario para fabricar un objeto tan común en nuestros días.
Para fabricar un mouse , entre otras cosas, se requiere plástico, que a su vez se obtiene del petróleo a través de la petroquímica, que a su vez requiere dominar tecnologías de prospección y extracción del crudo. ¿Qué persona reúne todos esos conocimientos?
Un hacha de mano, por el contrario, era un objeto cuya tecnología de producción era dominada completamente por la única persona que se necesitaba para fabricarla. El mundo se ha vuelto un lugar mucho más complejo.
¿Y qué fue lo que permitió que las ideas (trillones de ideas pensadas por billones de personas a través de los siglos), se encontraran y se unieran formando creaciones cada vez más complejas? Según Ridley, una actividad bastante subestimada en estos tiempos: el comercio.
En efecto, en esta era de “maldita globalización” y foros mundiales que se le oponen, es todo un shock descubrir que el intercambio comercial parece estar en la base y ser el catalizador de nuestros progresos tecnológicos y por lo tanto de nuestro nivel de vida. Los estudios arqueológicos de asentamientos de homínidos de diferente nivel evolutivo y de grupos de humanos, muestran que florecieron más y más rápido aquellos que tenían contacto e intercambios con grupos situados en otras regiones. Más aún, aquellos grupos que, por razones sociales o geográficas, perdían contacto con otros (como los nativos de Tasmania cuando la isla se separó del resto de Australia), no sólo detenían su evolución técnica, sino que involucionaban.
La conclusión no es complicada: no es tanto la capacidad individual o la de un solo grupo humano (ciudad, región o nación), la que determina su éxito material y su prosperidad relativa, sino el número y la calidad de sus intercambios (de cosas e ideas), con el resto del mundo. Más que el cerebro individual lo que importa es el cerebro colectivo, en el que cada uno de nosotros es una neurona, un nodo.
Más que el cerebro individual lo que importa es el cerebro colectivo, en el que cada uno de nosotros es una neurona, un nodo.
¿Hay alguna forma más adecuada de reconciliar el valor de la libertad individual y el mecanismo de mercado (y los intercambios que permite), con los evidentes beneficios de la cooperación grupal y el trabajo en equipo?
Cuando la cercanía entre países y mercados es cada vez más evidente y los medios y tecnologías para el intercambio de ideas son cada vez más asombrosos y efectivos, ¿qué podemos esperar del futuro? Una gran promiscuidad de las ideas, seguramente. Y una descendencia numerosa.