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Wetware: una historia de Navidad

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Los hackers suelen usar el término wetware para referirse a los humanos. Específicamente, a la persona que está manejando una computadora. Si el error que se encuentra durante el uso de algún programa informático es “un problema de wetware”, quiere decir que el error es humano, no de hardware ni de software.

Paul Romer, futuro Premio Nobel de economía y precursor de la Nueva Teoría del Crecimiento, usa el término de manera ligeramente diferente. El wetware es lo que está antes del software, el input humano, la idea o ideas que luego se codifican en forma de software y que hará funcionar el hardware. El paso del wetware (la inspiración de una persona en cuya mente se forma una idea), al software (una serie de líneas de código que hacen funcionar una computadora de un modo determinado), es el proceso de la creación del conocimiento.

También es, según él, el proceso básico detrás de toda la actividad económica. El mundo económico se mueve (crece), en la medida que descubrimos nuevas ideas, no nuevos yacimientos minerales o tierras. Romer divide el mundo en dos partes: cosas e ideas. Las ideas son las “instrucciones” con las cuales producimos nuevos bienes a partir de cosas existentes, como materias primas o máquinas.

Para él, la actividad económica es como la cocina: las cosas son los ingredientes y las ideas son las recetas. De ahí el potencial infinito de creación y variación que existe. Con los mismos ingredientes (agua y harina, por ejemplo) pueden hacerse decenas de tipos de pastas o panes diferentes. O quizás simplemente engrudo para pegar. Además, las recetas pueden ser compartidas por millones de personas al mismo tiempo.

Una forma similar de presentar esta perspectiva es hablar de “bits” y “atomos”, familiar desde los tiempos de la revolución punto com. La idea es siempre la misma y las implicaciones son monstruosamente grandes. El mundo, formado por unos pocos elementos básicos presentes en todos los materiales, es infinitamente reconfigurable a través del desarrollo de nuevas ideas, que se transformarán en nuevas tecnologías de producción. Este no es el mundo de la escasez de David Ricardo o Malthus, es el mundo de la abundancia infinita, donde el ingrediente esencial de la prosperidad material es el cerebro humano. El wetware (el flujo de nuevas ideas), es lo que le da forma al mundo.

Dieciocho siglos antes de la Revolución Industrial el mundo era muy diferente. El crecimiento económico era casi inexistente y las grandes innovaciones tecnológicas aparecían una vez cada varios siglos.

En ese mundo, sin embargo, las ideas eran tan importantes como lo son hoy. El cuadro o paisaje mental de las personas era lo que definía su mundo, los límites de lo que creían que podían o debían hacer, y lo que no. Las ideas no eran entonces (ni lo son hoy hoy tampoco), solamente la suma de su conocimiento tecnológico, sino su visión del mundo, del hombre y, muy importante, la definición de quién es mi prójimo. Esas son, quizás, las coordenadas que crean el mundo en el que vivimos, no sólo el económico.

Esas ideas son las que se transforman, codificadas, en nuestras reglas, leyes, costumbres e inclusive en nuestros libros sagrados. Todos ellos constituyen el “software” social. Y ese software, a su vez, se encarna en nuestras instituciones, religiosas, políticas y económicas, en el funcionamiento del mundo en un momento particular, en el “hardware” social.    

Al mundo del primer año de nuestra era  llegó alguien destinado a transformar radicalmente la forma en que buena parte del planeta pensaba. Y por lo tanto, a transformar el mundo mismo.

Jesús de Nazareth llegó en un momento en que la noción de prójimo era increiblemente restringida, “los nuestros” era una definición que albergaba apenas a algunas decenas o centenares de miles que compartían la nacionalidad o la tribu. La noción de lo espiritual o trascendente se confundía con rituales precisamente reglados y sacrificios dedicados a uno o varios dioses. La compasión y el comportamiento justo eran limitados a los miembros del propio grupo. Lo ajeno era temido o despreciado.

Si Jesús fue Dios, hombre, o Dios hecho Hombre, es algo que ha dividido a la humanidad (a los cristianos, principalmente), durante siglos. No es lo que voy a discutir. Si hablaba como Dios, como un iluminado o como un simple maestro, tampoco.

¿Cuáles fueron las fuentes de Jesús? Pueden haber sido varias. La tradición judaica en la que se crió obró una parte importante, sin duda. Pero ni siquiera los textos sagrados cristianos (aceptados o apócrifos), nos dicen qué hizo Jesús entre los 12 (edad en que es presentado en el Templo) y los 30 años, en que empieza a predicar.

Algunas tradiciones orientales, y no pocos investigadores occidentales, cuentan la historia del viaje de Jesús a India, su estancia en Benarés,  la ciudad sagrada, y otras ciudades de Oriente, incluyendo el actual Pakistán, donde aún hoy se lo venera como San Issa. Esa podría ser una segunda fuente.

Un místico (de cualquier tradición o religión), diría que la fuente principal del conocimiento de Jesus, de sus enseñanzas, se encontraba dentro de él mismo (como lo está dentro de cada uno de nosotros) y  que la introspección (la meditación y el ayuno en el desierto, por ejemplo), eran todo lo que necesitaba para traer al mundo una visión distinta. El wetware que lo transformaría en los siglos por venir. Quizás la conexión interior haya sido la fuente.

Finalmente, la doctrina tradicional de la religión en que me formaron diría, posiblemente, que no hacía falta aprender nada porque El y el Padre (y el Espíritu), siempre fueron uno y el mismo.

Pero más allá de estas disgresiones el punto, al menos para mí, es qué visión trajo Jesús de Nazareth al mundo, qué ideas, independientemente de quién haya sido él y cuál haya sido el origen de las mismas.

Y creo que conviene recordarlo ahora, esta época en la que la Navidad parece ser, en la superficie, la patria exclusiva de un señor que fue obispo, hace muchos años, en Turquía y que Coca Cola transformó para siempre en ese gordito bonachón y simpático vestido de rojo que vive en el Polo Norte. La Navidad superficial es eso, arbolitos de colores, trineos que vuelan y un reno a quien los brindis le han dejado la nariz colorada. La Navidad profunda, sin embargo, es más interesante.

La Navidad es, en mi opinion, la celebración de la llegada de un hombre y de una visión al mundo. La llegada de la idea de que ayudar al samaritano es tan bueno como ayudar al de tu propia tribu, porque en el fondo los dos son lo mismo. La idea de la caridad, que no es otra cosa que la compasión puesta en práctica. La idea de que la conexión con Dios, o con el reino de lo espiritual, la conciencia o como ustedes quieran llamarle, es personal e íntima. Interior. Inalienable, inviolable y universal. No sólo hay un solo Dios (o como quieran llamarle), sino que, obviamente, es el mismo para todas las personas y todos los pueblos. No hay dioses “privados”.  No hace falta ofrecerle sacrificios ni seguir rituales elaborados, esa conexión es algo mucho más simple, honesto, genuino y personal.

Todas estas ideas y otras (que yo no soy el más indicado para presentar), hicieron que ese que había nacido en una pequeña nación ocupada de Medio Oriente se transformara en el primer hombre universal de occidente. Ese wetware que aportó le fue dando forma, invisible y pacientemente, al mundo que hoy conocemos. Fue inspirando libros y haciendo cultura. Demoliendo pacientemente antiguas instituciones y creando otras nuevas. Creando una tradición amplia y rica, de muchas confesiones, y modificando la conciencia, aún de quiénes se declaran prescindentes o enemigos.

Sin embargo, esa visión del mundo y de la humanidad, ese wetware, no ha sido totalmente desplegado, ni mucho menos. En un largo y a veces fatigoso florecer, en un camino plagado de recodos y a veces de retrocesos, avanzamos en un proceso evolutivo que no se detiene.

Quizás por eso mismo seguimos celebrando la Navidad, porque seguimos festejando que llegue cada año. Sabemos, intuitivamente, que falta mucho. Pero seguimos alegrándonos de que haya llegado al mundo esa visión y de que siga transformándolo.

 ¿Las ideas crean la realidad? Es posible. En lo que casi con seguridad vamos a estar de acuerdo es en el valor de las visiones, de los mensajes y de las conductas que los sustentan. Eso es lo que vale la pena recordar en esta época, aunque pongamos los regalos debajo del arbolito. Que, por otro lado, no tiene nada de malo. Es una parte superficial pero agradable de la Navidad y yo no podría criticarla. Después de todo, yo también me disfracé alguna vez de Papá Noel.  

Feliz Navidad para todos!

 

Eduardo Remolins