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No soy innovador ¿y qué?

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“¿Y qué sucede si no soy innovador? ¿Todos tenemos que serlo?”

Cuando doy una conferencia o una entrevista no es infrecuente que me hagan esa pregunta.

Y cada vez que sucede agradezco porque me permite aclarar varias cosas.

La primera es una suerte de mea culpa. Debo que reconocer que tengo una deformación profesional. Sé, hace un tiempo, que mi propio interés (¿obsesión?) por el tema de la innovación hace que tenga el sesgo de recomendárselo a todo el mundo.

Lo cierto es que no todos son ni tienen porqué ser innovadores. Las habilidades básicas que hacen a un exitoso empresario (o a un valioso profesional), son variadas. La innovación (asociada a la capacidad intuitiva), es sólo una de ellas.

La base del éxito emprendedor es conocer cuáles son tus habilidades.

Pero alguien puede tener sus fortalezas más asociadas a la capacidad analítica, las habilidades sociales/interpersonales (como los vendedores o la gente del marketing), o el “olfato” para detectar negocios (la capacidad de detectar patrones y diferencias de precios).

De manera que se puede ser exitoso de varias formas, no todas asociadas a la innovación.

Dicho esto, déjenme hacer ahora una defensa de la innovación.

Que yo no tenga, personalmente, aptitudes para la innovación, no quiere decir que mi empresa no pueda tenerlas. Las virtudes de la asociación se basan casi exclusivamente en esto: que pueda apoyarme en alguien que no tenga mis cualidades… sino otras. Alguien que me complemente.

¿Si no soy un innovador, porqué no asociarme o sumar a mi equipo alguien que sí lo sea?

Lo cuál me lleva al tercer y último tema: ¿para qué quiero ser innovador, en todo caso?

Buen tema. La respuesta corta sería: para competir menos.

– ¿Cómo? ¿No era la competencia la madre de la economía de mercado? ¿No debíamos ser más “competitivos?

No te alarmes. No es que esté en contra de la economía de mercado. Todo lo contrario.

Lo que ocurre, sin embargo, es que el funcionamiento de la competencia y sus efectos admiten distintas lecturas según estemos hablando desde el punto de vista social o individual. Ese es el “secreto” del capitalismo :-).

Innovación en 360º. Cómo ganar más compitiendo menos. 

La idea es la siguiente: en términos sociales la competencia es buena: baja los precios y genera beneficios para el consumidor. Pero en términos personales, individuales, la competencia no siempre es tan buena.

Como suelo decir: la competencia genera estrés, gastritis e insomnio. La competencia (la exagerada, al menos), es una carrera en donde nadie gana. Es una presión sin límite por bajar precios (y márgenes). Es un hamster que corre indefinidamente en su ruedita estática. Es moverse para seguir en el mismo lugar.

Sin embargo, competencia/no competencia, no son las dos únicas posibilidades. La economía no es binaria, existen los matices y los grises.

Cualquier empresa se mueve dentro de una línea, un continuo, en el que tenemos la extrema competencia, por un lado (la “competencia perfecta”) y la no competencia (el monopolio), por el otro. Que se entienda bien: no el monopolio legal o regulado, sino la situación en la que mi producto es tan diferente al resto que, en realidad, soy el único proveedor del mismo.

Probablemente muy pocas empresas disfrutan de una situación de no competencia, al menos aquellas que no son monopolios naturales o regulados. Pero para el caso tampoco existen tantos mercados de competencia perfecta.

La mayoría de las empresas está en algún lugar intermedio. El punto es elegir hacia qué extremo queremos movernos.

Porque, piensa esto: ¿quién crees que disfruta de mejores márgenes y, de paso, duerme mejor? ¿El que está mas cerca de la competencia perfecta o el que se alejó de ella diferenciando su producto?

Esto es, en mi opinión, lo que justifica mejor la importancia de la innovación.

La innovación es importante, entre otras cosas, porque cambiar nuestros productos significa diferenciarlos, hacerlos distintos de las otras ofertas del mercado. En una palabra: nos permite reducir los niveles de competencia que enfrentamos. Nos permite alejarnos, paso a paso, del extremo de la alta competencia y de la obligación de reducir precios y márgenes.

Conclusión: no es que todo el mundo tenga que ser personalmente innovador, pero la dimensión de la innovación en el ámbito de los negocios es algo que no se puede ignorar.

Vale la pena darle importancia.