Esto que te voy a contar es lo más cerca que estuve de Hollywood.
Hace algunos años yo trabajaba para una ONG que apoyaba a emprendedores.
Su fundador era un amigo que había vivido en EEUU y tenía allí muchas relaciones y un par de veces al año viajábamos para levantar fondos.
Uno de los lugares en los que nos alojábamos era la casa de Gordon (no es su nombre real) un caserón colonial hermoso en Santa Mónica, California.
Muy Baywatch todo.
Gordon era un señor mayor y ya retirado que había tenido una sastrería muy exitosa en Beverly Hills, donde se vestían muchos actores famosos.
Un día me enteré que uno de los amigos que cada tanto lo visitaban a Gordon era Jeff Bridges.
Eso me dio una idea
Se me ocurrió que le podíamos pedir a Jeff si nos podía ayudar apoyándonos públicamente.
Que a una ONG la apoye un actor o actriz famoso es garantía de que vas a obtener visibilidad y más dinero.
Gordon siempre nos ayudaba en todo lo que podía y me imaginé que no tendría problemas en apoyarnos en esto.
Cuando le conté esta idea a mi amigo la aceptó, más o menos, pero se notaba que no era algo que lo enamorara mucho.
No sé por qué, pero era evidente.
No lo entendía o no le gustaba. Pero aceptó.
Aquí viene mi error
Quedamos en que alguien del equipo (no yo) le iba a escribir a Gordon para pedirle si nos podía conseguir una reunión con Bridges para hablar de esto.
O sea: el proyecto de la ONG, a quiénes ayudábamos, por qué era importante, etc. etc.
Al tiempo me comentaron que habíamos recibido una respuesta de la hija de Gordon, corta y seca, diciendo que NO era posible ver a Bridges.
El “NO” estaba escrito así, en mayúsculas.
Me pareció raro y pregunté cómo le habían planteado la idea.
Me contestaron que le habían dicho: “Eduardo quiere ver a Jeff Bridges”.
Así, sin más explicaciones.
Me dio una mezcla de enorme vergüenza y frustración.
Parecía que había escrito como un fan que, además de un autógrafo, quería tomarse un cafecito con el famoso.
Me sentí como una groupie a la que la echa el guardia de seguridad.
Me quería matar.
Lo que aprendí
Sin embargo, me dejó dos enseñanzas:
1. Si quieres que un mensaje llegue bien a su destinatario envíalo tu mismo… o asegúrate de que diga lo que quieres decir, y
2. No todo el mundo va a “comprar” tus ideas, aunque acepten hacer lo que les pides.
A veces te van a decir que si, pero sin convicción, y los resultados no van a ser buenos.
Ambas cosas son muy importantes en una startup o en cualquier empresa.
Por ejemplo, son importantísimas cuando se trata de delegar una tarea.
Asegúrate que la gente entienda el por qué de las cosas, la lógica, la importancia… y sino hazlo tu mismo o encuentra a otra persona para hacerlo.
Y, más importante aún, la forma en la que se presenta tu empresa en el mercado, el texto de tu web, tus contenido en redes, TODO debe reflejar un mensaje preciso.
¿Qué es lo que ofreces? ¿Por qué es importante? ¿Qué tiene de especial?
Ese mensaje es el que te asegura que le estés hablando a tu público objetivo y que le estés diciendo algo relevante e interesante para ellos y además es lo que va a hacer que tu empresa se diferencie de las demás.
Contestar y comunicar adecuadamente esas tres preguntas parece sencillo, pero a veces no lo es.
Hacerlo bien es el 50% del éxito de una empresa. No exagero.