En general las críticas a las empresas de economía colaborativa (Airbnb, Uber, Lyft, etc.) pueden resumirse en estas dos:
1. Estas empresas dicen que promueven a nuevos emprendedores, pero en realidad lo que hacen es destruir empleos de calidad.
2. Dicen que en estas empresas se trata de compartir, pero en realidad todas cobran por lo que ofrecen (alojamiento, viajes, lo que sea).
Las dos críticas son muy diferentes.
A la segunda, evidentemente, hay que reconocerla. El problema es haber llamado economía colaborativa (o peor, en inglés, “sharing economy”: economía de compartir) a algo que es simplemente economía. A secas. Lo cual, evidentemente, no tiene nada de malo.
La primera crítica, sin embargo, es distinta. También es evidente que si se generalizara el uso de Uber (donde cualquier persona con un coche puede ofrecer transporte), las compañías de taxis lo tendrían muy difícil para seguir operando con la misma cantidad de choferes.
De ahí, se infiere, la destrucción de empleos “de calidad”.
Pero, ¿qué significa “empleo de calidad”?
En general, un empleo que es relativamente seguro, estable y relativamente bien pago.
Es cierto que este tipo de empleos tienden a escasear y que la tendencia va en aumento. La pregunta es: ¿es esto culpa de la economía colaborativa?
Los cambios que se viven en el mundo laboral no son ajenos a las brutales transformaciones económicas que se han dado en las últimas décadas.
Aún sin abrir un juicio de valor (¿son buenos o malos los cambios?), sería ilógico pensar que el empleo podría seguir los mismos patrones que en las décadas del 60 o del 70, cuando el paisaje social y tecnológico era tan diferente.
Por un lado, imaginen lo que sería discutir en la sociedad de aquellos años el matrimonio igualitario o el uso legal de la marihuana.
Por otro lado, recordemos que el ordenador de a bordo del Apollo XI tenía mucha menos capacidad de procesamiento que el móvil que llevamos en el bolsillo.
¿Es razonable pensar que el empleo debería ser el mismo?
Cambio ha habido siempre. Esa no es la novedad. Lo que se ha modificado es la tasa a la que aparecen las novedades.
Entre que descubrimos el fuego e inventamos la rueda no pasó demasiado en términos tecnológicos. Ese mundo era bastante estable.
Pero desde la aparición de la web a hoy no hemos parado de hacer grandes descubrimientos (como imprimir órganos o decodificar el genoma humano) y otros desarrollos más modestos, como una aplicación para llamar un taxi o alquilar un cuarto.
La velocidad con que cambian la sociedad, la tecnología y las formas de hacer negocios no sólo es alta, sino que se sigue incrementando.
¿Podría en ese contexto el empleo seguir siendo lo único que se mantiene estable?
Más aún, lo que conocemos como empleo de calidad (el tradicional, el de 9 a 5 y para una empresa), es en realidad un invento no tan viejo y en términos de la historia de la humanidad apenas un parpadeo.
Este tipo de empleo es una criatura del siglo XX. Antes de eso todos éramos emprendedores.
Un agricultor, un panadero, un artesano, un pastor un pescador o un herrero no tenían un verdadero empleo. Eran pequeñísimos empresarios o al menos trabajadores freelance.
O sea, hoy nos entusiasmamos hablando de promover el espíritu emprendedor como si fuera una novedad, cuando en realidad es la cosa más vieja del mundo.
¿Es esto bueno o malo? Las opiniones pueden variar, lo único indudable es que es. Existe.
Antes éramos todos emprendedores. ¿Volveremos todos a serlo?