Todos buscamos lo mismo: mayor libertad financiera y una actividad en la que nos guste trabajar. Cada día de nuestra vida.
Para eso buscamos, sistemáticamente o cada cierto tiempo, oportunidades de negocio que parezcan seguras, prometedoras o al menos que nos inspiren a tomar el riesgo. Este objetivo no sólo es válido sino absolutamente alcanzable, pero para lograrlo hay que reconocer primero un problema en la forma en que buscamos oportunidades. Y luego resolver ese problema.
¿Cuál es el problema? Que la mayoría de la gente desconoce cuáles son sus verdaderas habilidades para los negocios. Al desconocerlo siguen por un tiempo a un gurú que les recomienda algo que generalmente no coincide con sus habilidades e inclinaciones. El resultado generalmente es el fracaso y la búsqueda, luego de un tiempo, de otro gurú. La enorme oferta de cursos, gurúes y manuales agrega más confusión. Muy pocas personas se guían por un conocimiento de sí mismos que oriente sus esfuerzos empresariales. Ese es el problema: la gente no se conoce. No nos conocemos y al no conocernos seguimos guías que nos llevan por donde no nos conviene.
¿Por qué el problema no fue resuelto? En primer lugar, porque generalmente nos educan para adoptar las recetas de otro, pero pocas veces para conocer cómo somos y para qué servimos. Creemos que debemos adaptar nuestro comportamiento a una fórmula en lugar de descubrir primero en qué somos buenos y luego encontrar la fórmula adecuada para aprovechar esas capacidades.
En segundo lugar, y más importante, porque nos educan para que demos por supuesto que éxito=sacrificio. Por lo tanto si algo (una fórmula del éxito) nos resulta ardua y desagradable, debe ser la fórmula adecuada.
Mientras más nos cuesta y más esfuerzo requiere, mejor debemos estar yendo. Esto en realidad nos aleja del camino correcto, que requiere aceptar primero qué es lo que nos gusta y lo que se nos da más naturalmente lo que con más facilidad nos va a llevar al éxito.
Esto requiere contradecir toda nuestra educación, inclusive puede parecer que de este modo “no nos merecemos el éxito”. Muchos empresarios exitosos suelen decir que su éxito se debe también al “trabajo duro” porque temen decir algo que contradiga la visión general: si dicen que disfrutan enormemente lo que hacen y que les cuesta llamar a eso trabajo temen generar una reacción negativa del público, parece que son “vagos” o que no se han ganado lo que tienen. Como consecuencia dicen: “me maté para lograr esto”. A veces es cierto, muchas otras, no.
¿Qué sería posible sin este problema? Sería posible aunar las dos cosas que más deseamos: el éxito y la felicidad. Éxito sin felicidad es vacío, sin duda. Pero por otro lado, que se pueda lograr la felicidad sin ningún logro o éxito es algo al menos dudoso. En realidad es el miedo al fracaso el que nos hace decir que la felicidad no tiene nada que ver con el éxito, especialmente con el éxito económico.
La verdad es que el éxito económico nos permite disfrutar de innumerables bienes y experiencias intelectuales, artísticas e inclusive personales que de otro modo no obtendríamos. Una vida plena requiere un cierto grado de riqueza material. Pero si el costo de esa riqueza material es hacer algo que nos frustra o nos hace infelices, ¿qué sentido tiene? Resolver este problema es resolver esta contradicción: tener éxito, de un modo que nos haga también felices. Disfrutar los logros y los lugares a los que se va llegando, pero disfrutando también el viaje y el paisaje.
La paradoja es que para lograr algo que vamos a disfrutar hay que concentrarse más en disfrutar AHORA lo que estás haciendo AHORA. Si lo haces bien, el resto viene por añadidura.
Muchas filosofías presentan la conveniencia de actuar de esta forma, pero sólo recientemente también la ciencia lo ha respaldado. Uno de los conceptos clave que lo sostienen es el de Flujo (o Fluidez), acuñado por el sicólogo de la Universidad de Claremont, Mihály Csíkszentmihályi.
Conocer tu perfil emprendedor resuelve este problema. No te da una receta, te da la brújula para que te orientes. Te da una herramienta para que te conozcas, sepas cómo eres (en términos empresariales) y sepas, en función de eso, como actuar y qué oportunidades buscar y elegir.
Basado en cuatro tendencias básicas que tenemos todos los seres humanos (capacidad de innovar, sentido de la oportunidad, capacidades analíticas y habilidades sociales), se pueden identificar ocho tipos básicos de emprendedores que se corresponden con ocho formas diferentes de hacer negocios:
1. Innovador (desarrollo de productos o servicios)
2. Evangelizador (marketing)
3. Líder (conducción de equipos)
4. Negociador (desarrollo de acuerdos)
5. Trader (arbitraje)
6. Inversor (selección de activos para carteras de largo plazo)
7. Optimizador (gestión de operaciones y calidad)
8. Arquitecto (creación de sistemas empresariales)
El conocimiento de cuál de estos perfiles es el propio se puede obtener a través de técnicas sicométricas como los tests de personalidad. Pero conocer el perfil emprendedor propio no resuelve todas tus necesidades.
Si sabes cómo eres, pero no cómo aprovechar esas características, es como si no hubieses descubierto nada. Necesitas entender cuáles son tus características y cómo aprovecharlas mejor.
Cada perfil dentro de esa tipología de ocho tiene su propia estrategia “ganadora”. Esa estrategia ganadora no es una receta, pero es una orientación extremadamente valiosa para cualquier actividad económica que quieras comenzar. Es la guía general de tu vida económica.
Esa estrategia incluye lo fundamental: a qué te tienes que dedicar, cómo aprovechar tus puntos fuertes en términos económicos y cómo reforzar tus debilidades sabiendo con quién tienes que asociarte.
A esas estrategias me voy a referir en los próximos posts.