Hace un año y medio me hablaron por primera vez de Barack Obama. Lo hizo Monte Factor, un hombre de 90 años, en cuya casa de Los Angeles yo estaba hospedado. Las internas demócratas apenas se insinuaban pero él, un viejo militante “líberal” (con acento en la “i”, o sea progre) me hablaba con pasión de ese senador “negro” por Illinois. Ya donaba algo de dinero para su campaña y me comentaba del entusiasmo que despertaba sobre todo en los jóvenes, algo inédito en su país, donde a ellos la política les interesa tanto como el “soccer”. Nada.
“Fue el primer Director negro de la Harvard Law Review, es un hombre muy preparado” repetía dos o tres veces por día Monte. Y al rato agregaba, “en realidad, la gente cree que es negro, pero él es mulato, su madre es blanca”. Esa frase, que a otros les resultaba totalmente indiferente, a mi me caló hondo. Entendí que Obama no era el canditato (precandidato, en ese momento), de la revancha negra, sino el candidato de la mezcla racial que será el mundo en pocas décadas. Y de algún modo, por eso ganó.
La historia de Obama, que Monte me contaba por primera vez en Abril de 2007, me gustaba. Padre keniata, musulmán, madre blanca de origen humilde. Nació en Hawaii, vivió en Indonesia y llegó a Harvard. Es la prueba más palpable de que nos aproximamos (más rápido de lo que yo pensaba), a lo que yo llamo “el mundo Tiger Woods”. Un mundo de personas con un background cultural y racial tan variado (como el famoso golfista, de ascendencia afroamericana y asiática), que será difícil distinguir a qué tribu pertenecemos. Más interesante: será difícil que nos matemos unos a otros, por pertenecer a diferentes tribus culturales o raciales.
En ese mundo “café con leche” (¿de qué color será la gente cuando todos estén mezclados?) y de ojos semi-rasgados, ¿cómo nos vamos a etiquetar? ¿Cómo podremos despreciar a “los otros”, cuando las marcas externas de nuestra “pertenencia” hayan desaparecido? ¿Cómo no vas a poder entender mejor la cultura China, o Malaya o Arabe, si uno de tus abuelos, o padres, es de ese origen?
Volviendo a EEUU, ¿quién podría sanar las heridas que separan hoy al mundo musulmán del mundo americano, si no Obama? Sus detractores se cebaron durante meses en las fotos que lo muestran vistiendo túnica, en su segundo nombre (Hussein) o en las resonancias de su apellido (tan parecido a Osama). Eran golpes bajos, pero no hace falta enojarse: esos son los que ayer perdieron.
Monte me insistía, hace un año y medio, con la persistencia de los predicadores: “no es negro, es mulato” (usaba la palabra inglesa “mixed”, literalmente “mezclado”) y yo me entusiasmaba cada vez más. ¿Qué había pasado en EEUU, para que esa palabra, “mixed”, que solía ser un estigma indecoroso (peor aún que “negro”), pasara a ser una ventaja para un candidato presidencial?
Hasta 1967, en que intervino la Corte Suprema americana, los matrimonios mixtos estaban prohibidos en varios estados de la Unión. Prohibidos. Dos personas de distintas razas no se podían casar. Hoy el hijo de uno de esos matrimonios fue elegido presidente. Yo no soy americano, pero pensar en el salto que se ha dado me pone la piel de gallina.
Pero lo mejor de Obama, ese Tiger Woods de la política, no es su color ni su background cultural. Lo mejor es que entiende que el cambio, ese monumental desafío que tiene por delante, no pasa sólo por la crisis financiera, no pasa solamente por resolver los entuertos bélicos que le deja de regalo George W., sino que pasa por recordar que la “grandeza” de un país (incluido su país), está en los valores que sostiene y no en los tanques o las cuentas bancarias.
“Esta noche demostramos una vez más que la verdadera fortaleza de nuestra nación no viene del poder de nuestras armas o del tamaño de nuestra riqueza, sino del poder duradero de nuestros ideales“. Amén, Obama.
Si algo necesitábamos para acelerar el cambio en el mundo, era que el líder del país más poderoso volviera a hablar de ideales. Necesitábamos dejar atrás la retórica de “nosotros contra ellos”, del “choque de civilizaciones” y dejar de hacerle el juego a tantos pequeños grupos y sectores que medran en ese odio y que arrastraron a la sociedad americana, a fuerza de meterle miedo, a una guerra continua, por intereses económicos o políticos. Los norteamericanos, es triste decirlo, han sido usados bastante en estos últimos años. Por gente de su país y por gente de afuera. Era hora de que se rebelaran. Somos cientos de millones los que los estamos saludando.
No sé como comenzará Obama su presidencia. Quizás con algunos tropiezos, como él mismo predice. Pero sí sé que ya comenzamos a hablar de unión y de ideales y empezamos a dejar atrás la “guerra al terror”. Es un alivio. Lo necesitábamos.
Hasta hace pocos años los presidentes negros de los EEUU aparecían sólo en las series. Morgan Freeman era creíble como presidente sólo para Hollywood. Ayer se eligió un presidente americano negro, pero verdadero. “No, Eduardo, la gente cree que es negro, pero es “mezclado””.