En los últimos años (diez años posiblemente), me lo he pasado recomendando y animando a la gente a que haga su camino emprendedor. A que inicie su nuevo negocio, a que se anime a vivir haciendo lo que le gusta.
Sin embargo, aunque he iniciado varios proyectos independientes, casi siempre estuve ligado a algún “empleador”, sea una universidad, un organismo o un ministerio. Siempre me pregunté si no estaba, en realidad, recomendando un estilo de vida que yo mismo no terminaba de “comprar”. “¿Y que tan emprendedor soy yo?” me preguntaba, implacable conmigo mismo, como de costumbre.
La semana pasada, una llamada inesperada, de una persona que no conozco, me dio la respuesta.
Mariano apareció en el messenger diciendo algo así como: “llamó recién un norteamericano, no le entendí muy lo que decía pero quería hablar con vos, le pasé tu mail”. Mariano me escribía desde la oficina de BA, adonde había llamado esta persona, sin haber dejado indicado, cómo me conocía ni porqué me llamaba. De manera que decidí esperar el mail
Llegó cinco minutos después del llamado y su contenido me sorprendió un poco. Era un mail muy amable en que esta persona se presentaba como socio de una consultora americana, de Chicago, y me preguntaba si tenía interés en trabajar para ellos, desde Argentina, como una especie de consultor senior y representante regional.
Me tomó por sorpresa. Confieso que cinco años atrás hubiera saltado en una pata y me hubiera dispuesto a explorar lo que me ofrecían y embarcarme en otra aventura más. Uno o dos años atrás, posiblemente no me hubiera embarcado, pero me hubieran torturado los remordimientos, “Cómo le voy a decir que no a semejante ofrecimiento?”.
Mi otro yo, el “serio”, me hubiera castigado sin piedad: “es un ofrecimiento para trabajar en una consultora americana, desde Argentina y sin que lo hayas buscado. Es tu sueño, tarado!”.
Pero esta vez no. Esta vez sabía que no era mi sueño. No sentí ningún remordimiento y la duda duró apenas un minuto. Mi otro yo no tuvo ni siquiera una pequeña oportunidad de susurrarme al oído: “estás seguro?”, como esos cartelitos del sistema operativo que aparecen en la pantalla.
“Está seguro que quiere dejar pasar una oportunidad que cinco años atrás hubiera hecho cualquier cosa por conseguir?”
Cuando contesté el mail, indicando (amablemente también) a qué me dedicaba, que no estaba buscando una carrera corporativa (o sea que no quería trabajar en ninguna empresa) pero que estaba abierto a cualquier otra oportunidad dentro de ese esquema (léase: un trabajo puntual, me encantaría, relación de dependencia, no gracias), me sentí mucho mejor. Más liviano. No porque hubiera tomado una decisión importante (la decisión la había tomado antes, obviamente), sino porque me di cuenta, súbitamente, que por una vez en la vida tenía claro a dónde quería ir y qué quería hacer. Tan claro como para rechazar una oportunidad que, en principio, sonaba muy atractiva.
No sé que hubiese pasado de decir: “sí, me interesa. Sigamos hablando”. Quizás llegábamos a un acuerdo o quizás no. Quizás la oferta no era tan atractiva. No lo sé. Pero ese es el punto: que no lo sé y no me importa. No me interesa saberlo, porque lo que me interesa es lo que estoy haciendo ahora.
La virtud más importante que puede tener un emprendedor, creo, es la capacidad de focalizarse. Es decir, de no distraerse de hacer lo que en verdad quiere hacer. A veces hacer bien más de una cosa, puede ser una maldición. Si no sabés qué es lo que verdaderamente amás hacer, si no te permitís escucharte a vos mismo, a tu voz profunda, la verdadera, te la pasás haciendo muchas cosas a la vez. O cambiás rápidamente de una a otra, dentro de todo ese grupo de cosas que podés hacer bien.
Hace un tiempo, un ex compañero de trabajo en la universidad, viendo los giros súbitos que tomaba en mi carrera, me preguntó (con mucha malicia y mucha envidia, pero simulando genuina curiosidad): “¿algún día me vas a explicar de qué se trata tu carrera?”
En ese momento yo me había transformado en una pequeña celebridad local como “gurú” que opinaba en los medios de macroeconomía y daba cursos de posgrado a empresarios sobre ese tema. “Hay gente -continuaba mi compañero- que ha trabajado toda una vida para llegar al lugar en el que estás, vos lo lograste en dos años ¿y ahora te querés retirar?”
El comentario malicioso venía a cuento porque yo comenzaba a retirarme de la macroeconomía para comenzar a ingresar en un terreno mucho más cercano a la especialidad de este “colega”, que no deseaba a nadie mas en su coto privado 🙂
Uno o dos años más tarde volvía a cambiar, esta vez debutando como conductor de un programa de radio de noticias, sin ninguna experiencia en el medio, pero con un entusiasmo a prueba de balas.
En esos días, otra compañera de la misma universidad (yo seguía part time ahí), con idéntica malicia, pero también una gran dosis de desconcierto le preguntó a mi asistente: “qué quiere hacer Eduardo con su carrera?”. En gran medida tenía razón en estar desconcertada. Yo lo único que sabía era que tenía que probar, seguir mis instintos, mis impulsos.
También me fue bien en la radio y también dejé rápidamente, porque me había metido en muchas cosas a la vez (dormía cuatro o cinco horas, como Neustadt 🙂 ) y estábamos a punto de fundirnos en una empresa que habíamos fundado con mi hermano, pero, más que nada, porque sabía que eso no era para mi.
Un año después, cuando terminaba mi (también breve!) incursión como funcionario público, aunque sabía que habíamos hecho un buen trabajo en el corto tiemp que estuvimos y que las causas que me hicieron renunciar eran suficiente justificativo para hacerlo, también reconocía íntimamente que, de haber sido aquella mi verdadera vocación, hubiese echo de tripas corazón para quedarme en ese lugar. Si mi vocación hubiese sido la política (aunque siempre avisé que no lo era), me la hubiese aguantado para permanecer, para seguir mi sueño, si hubiese sido ese.
Hace poco un amigo, muy amigo, me dijo: “sé cuánto te gusta lo que hacés, pero también es cierto que si te ofreciesen un ministerio, por ejemplo, dejarías todo para hacer eso”. Mi amigo me conoce bastante, pero en este tema no mucho. Yo no tenía entonces, ni tengo ahora, ninguna duda que en el hipotético, remoto, casi totalmente imposible caso de que me ofrecieran un cargo público yo no dudaría más que un nanosegundo en decir no. No tengo dudas, es maravilloso. Y pensaba eso mientras mi amigo me miraba con cara de: “dale, sé sincero”. Lo soy, aunque nadie me crea.
Eso sólo ya era bastante bueno para mi, aunque la vida me reservaba una alegría y una certeza aún mayores. La mayor alegría, la mayor certidumbre de estos años, ha sido descubrir que, al menos en este momento, no me interesa NADA que no sea lo que estoy haciendo. Por fín tengo foco. Por fin estoy dejando las distracciones de lado. Por fin pueden caerme con una tentadora oferta de trabajo en una consultora americana y puedo decir, lo más pancho: “gracias, pero me gusta lo que estoy haciendo”.
En esos momentos es cuando siento, realmente, que no te estoy mintiendo. Que no te vendo algo que yo no me animo a comprar primero. Que no predico lo que no vivo. Que no tiro la piedra para esconder la mano. Y que estoy, al fin, por una maldita vez, de acuerdo conmigo mismo en qué es lo que quiero hacer. El año que viene cumplo 40. Era hora, ¿no? 🙂
Por eso lo único realmente valioso que podría decirte (más allá de los datos y los casos y los negocios), lo único que vale porque nace de mi propia experiencia es: tomate el tiempo para escucharte a vos mismo. Te va a ahorrar tiempo… y energía… y problemas.. y sufrimiento.
No escuches a nadie. Ni a tus viejos, ni a tus hermanos, ni a tus amigos, ni a los millones de bienintencionadas personas que quieren lo mejor para vos, pero no saben un cuerno sobre qué es lo mejor para vos. No saben lo que querés. Porque, si a vos te cuesta descubrirlo, ¿cómo podrían saberlo ellos?
No escuches a nadie, o mejor, escuchalos a todos, pero hacé lo que vos quieras. Escuchate primero vos. Escuchá esa tenue vocecita que primero susurra, tímida y atemorizada porque hace años que la hacés callar a los gritos o que la ignorás olímpicamente. Dejala que crezca y se transforme en una voz firme y clara. Dejala que te guíe. Dejala que te cuide y le conteste ella a los que te pregunten: “que querés hacer con tu carrera?”. Observá como les contesta: “es asunto nuestro, flaco, vos ocupate de lo tuyo”.
Y cuando esa voz haya tomado confianza y la escuches sin problema y se hagan amigos, la vida se te va a ir volviendo más sencilla, te lo juro, las decisiones van a volverse más fáciles y te va a parecer que todo empieza a fluir. Al pricipio no te vas a dar cuenta. Es muy sutil. Pero va a llegar un día en que la vida te va a poner otra vez en la situación de elegir entre dos caminos. Te va a poner otra oportunidad enfrente, una bien atractiva, aunque te aleje otra vez de tus sueños. Y esta vez, la vas a dejar pasar. Sin dudas, sin complejos, sin remordimientos. En ese momento te vas a dar cuenta de lo que lograste.
Y cuando tomes la decisión (y contestes el mail, la carta o a la persona que te está ofreciendo esa oportunidad atractiva) y le digas que no, en tu cabeza va a aparecer otra vez ese cartelito de tu sistema operativo: “Está seguro?”. Pero esta vez, por primera vez, no vas a dudar. Vas a mover el mouse y hacer click en SI.