Saltar al contenido

La cronodiversidad y el fin del 9 a 5

Hace un siglo, o mas, que organizamos nuestras vidas en torno a “los tres tercios”: 8 horas de trabajo, 8 de ocio y 8 de sueño. La cronodiversidad es la idea de que ya no tiene porque ser así. ⏰ Estas son las razones:

Todos los cambios que ha introducido la tecnología y la economía digital en este siglo apuntan a lo mismo: la flexibilidad en la forma en la que trabajamos.

Desde donde trabajamos a con que tipo de relación laboral trabajamos y cómo trabajamos.

¿Y por qué cuántas horas trabajamos y sobre todo EN QUE MOMENTO del día debería ser algo diferente?

Desde que el trabajo remoto (y su primo hermano el trabajo híbrido), se impusieron a partir de la pandemia, establecer una jornada fija de 8 horas ha dejado de tener sentido.

Al menos para un número cada vez mayor de empleos.

No todos somos iguales

Los horarios de sueño preferidos, las obligaciones familiares y los momentos de mayor productividad en el día varían de persona a persona.

En muchos trabajos (no todos, obviamente), las tareas se pueden realizar perfectamente de manera asíncrona, es decir sin que todo el mudo coincida en los horarios de trabajo.

Si necesitamos hacer una videoconferencia o dictar una clase con todas las personas presentes (aunque sea online), es evidente que debemos coincidir al menos en ese horario.

Pero si nuestra tarea se trata de preparar un reporte, analizar unas proyecciones financieras o crear un sitio web, ¿qué diferencia hay si se hace a las 10 de la mañana o a las 12 de la noche?

Obviamente, las personas que trabajan de forma freelance, muchos de ellos en servicios informáticos o de diseño, ya conocen y disfrutan de esta flexibilidad.

El problema en las empresas

Pero es en el ámbito corporativo donde la inercia es mayor, lógicamente.

Y si bien se entiende que haya inercia y cueste derribar prejuicios, junto con el avance del trabajo híbrido y remoto, deberían flexibilizarse también los horarios en los que se requiere que una persona “esté en su trabajo”.

Obligar a alguien a concurrir a la oficina cuando no es realmente necesario (a veces sí lo es), sólo para verla sentada en un escritorio no tiene sentido. Indica inseguridad y falta de herramientas eficaces para medir la productividad.

De la misma manera, si alguien trabaja en remoto, obligarlo a estar online en “horario laboral” muchas veces tampoco tiene sentido.

Suena contraintuitivo porque llevamos muchas décadas adaptados a una forma de organizarnos, pero si lo pensamos vemos que muchas veces no tiene justificación.

Al contrario, permitir a una persona adaptar y personalizar sus horarios de trabajo en principio no sólo aumenta el bienestar de esa persona sino también su productividad.

El trabajo se ha vuelto fluido, líquido, y los horarios en los que lo desarrollamos, también.