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¿Innovar en grande o de a poco?

Hay conceptos, como el de innovación, que tienen un problema: hay tantas definiciones como personas estén hablando de ella.

Hace años en una reunión empresarial a la que asistí en Argentina, en un grupo de unas cuatro personas con las que estábamos charlando, uno de los asistentes defendía la importancia de la innovación, más o menos en estos términos: “es importante agregar valor a través de la innovación. Pero innovación en serio, no como esa empresa que le agregó un ventilador a la cinta de correr”.

Hacía poco había aparecido la noticia de una empresa que había patentado un invento en EEUU. La empresa fabricaba (y fabrica actualmente), cintas para correr y el invento en cuestión era un “termorregulador”. Básicamente lo que hacía era generar viento en función de la velocidad a la que corría la persona, dándole la sensación de que está trotando al aire libre.

El problema fue que, dentro de las 4 personas que estábamos hablando, se encontraba el dueño de la empresa aludida y la situación se volvió rápidamente uno de los bloopers más virales y festejados en esa ciudad.

La anécdota, sin embargo, sirve para ilustrar las diferentes ideas que tenemos sobre un mismo tema. Para el indignado empresario que criticaba, la innovación es algo “serio”, “importante” y que probablemente demanda una gran inversión en I+D.

En el otro extremo, para una persona de marketing la innovación puede ser un cambio en la presentación del producto o del mercado al que se lo ofrece. La inversión puede ser bastante menor, pero los beneficios pueden ser importantes.

¿Quién tiene la razón? Los dos, obviamente.

Una innovación es un cambio dentro de una empresa que apunta a producir un resultado económico positivo. Tan simple como eso.

Se pueden cambiar los productos, se pueden cambiar los procesos para crearlos o se puede cambiar también el modelo de negocio con el que la empresa transforma esos productos en beneficios.

Si desarrollo una nueva cinta para correr, estoy innovando en el producto. Si no cambio la cinta pero introduzco robots en la planta, por ejemplo, estoy innovando en los procesos. Y si no cambio ni el producto, ni el proceso, pero en lugar de vender las cintas paso a ofrecerlas en leasing, estoy cambiando el modelo de negocio.

Pero además, cada una de esas innovaciones puede ser radical o marginal. Si el cambio es “grande” es radical y si es una modificación menor es marginal. Cuál es la línea que divide los radical de lo marginal es, hasta cierto punto, arbitrario; pero lo importante es el concepto de que para innovar no hace falta ser disruptivo o reinventar las reglas del negocio. Muchas innovaciones marginales pueden generar el mismo o mayor efecto que un gran cambio.

Cuando las cosas se ven de este modo, la innovación se vuelve algo mucho más asequible. Si nos plantean que para innovar hay que “reinventar las reglas del mercado” es difícil que queden muchos interesados en el tema.

Ese exitismo exagerado le ha hecho más daño a las empresas que cualquier moda fallida de management. Pretender inspirar para innovar proponiendo modelos inalcanzables o, para muchos, poco realistas, es una receta para espantar a la gente.

Lo mismo pasa con los emprendedores que se tienen que comer el mundo para que se los considere emprendedores. ¿Todos tienen que hacer una IPO en 5 o 10 años? ¿Todos tienen que levantar millones en capital de riesgo?

La innovación, como el emprendimiento, admite matices, escalas. Todas son válidas, en principio. La forma de abrazar un concepto como el de innovación, es aprender primero de qué se trata y entender que tiene niveles y que por ese motivo es asequible para todos. No importa la industria y no, tampoco importa el tamaño. Ni el de tu empresa ni el de la innovación.