Yo le llamé hasta ahora “cocina molecular”, pero parece que la llaman también “geek gourmet”. Hasta ahora también pensaba que sus cultores eran chefs famosos y reconocidos como Ferran Adrià (de El Buli, en Cataluña) o Heston Blumenthal (de Fat Duck, en Inglaterra). Pero parece que últimamente se ha vuelto un territorio más popular, especialmente para los fanáticos de la tecnología (de ahí el “geek”). Inclusive algunos, como Marc Powell (vean su blog, es imperdible), lo llaman “food hacking”. No es sorprendente, es gente de la que se deleita reescribiendo el código de Windows o reeditando Star Wars en su iMac, sólo que ahora ha vuelto su atención hacia cómo preparar un tuco o una carbonara, pero de color azul.
En esencia, la llamemos cocina molecular o food hacking, sigue siendo lo mismo, usar técnicas y herramientas científicas (casi de laboratorio) para crear platos y sabores únicos, como ravioles rellenos con líquido, papel saborizado con una impresora a chorro de tinta o helado que se transforma en polvo cuando entra en contacto con la saliva.
Otro famoso hacker culinario es Nathan Myhrvold, ex Chief Technology Officer de Microsoft, nada menos. Como se imaginarán, dinero no le falta, de hecho su cocina tiene 700 metros cuadrados y con equipamiento ultrasofisticado, que incluye un “homogenizador”, una especie de súper licuadora que puede reducir cualquier alimento que se le introduzca a gotas no más grandes que un micrón. El tipo, a propósito, tiene estudios en Geofísica, Física Espacial y Economía Matemática. ¿Querían algo raro? Ahí lo tienen.