El secreto de Vargas Llosa

¿Cuál es el secreto de Mario Vargas Llosa, el Premio Nobel de Literatura 2010, para escribir cómo lo hace? Quizás no haya uno, sino muchos. Por ejemplo, ha confesado que, como muchos escritores, sigue un método. En su reciente discurso en Estocolmo reconoció, además, la influencia y las enseñanzas que recibió de sus muchos maestros . Admite, quizás como su mayor virtud, que la terquedad (o la perseverancia) ha sido su compañera y aliada permanente y sus editores destacan su perfeccionismo y dedicación.

Pero yo creo que hay otra cosa. Algo que Vargas Llosa no sabe o no dice, quizás por modestia. Algo que está en la base de la realización de las obras más excelsas, en el arte, la ciencia, el deporte y también, por qué no, en las mundanas finanzas.

Ese algo que fue mencionado por el escritor, casi como al descuido, recubierto con el ropaje de una anécdota familiar y un reconocimiento amoroso.  Hablando de su esposa y de su amor por ella, dijo lo siguiente:

“Ella hace todo y todo lo hace bien. Resuelve los problemas, administra la economía, pone orden en el caos, mantiene a raya a los periodistas y a los intrusos, defiende mi tiempo, decide las citas y los viajes, hace y deshace las maletas, y es tan generosa que, hasta cuando cree que me riñe, me hace el mejor de los elogios: ‘Mario, para lo único que tú sirves es para escribir”.

Pues bien, para mi, ese es el secreto de Vargas Llosa. Al menos el más importante de ellos: que para lo único que sirve es para escribir. Y sólo faltó que él dijera que le gusta que sea así. Que le importa un bledo cualquier otra cosa y que no ve interés ni necesidad alguna en aprender a hacer otros menesteres. De hecho, consideró lo dicho por su esposa como un elogio y recordó con orgullo como siguió escribiendo aún cuando los “trabajos alimenticios” consumían todo su tiempo. Queda claro: el trabajo es algo inevitable que se hace para evitar morirse de hambre, la literatura es un placer, aunque requiera disciplina y un cierto precio que pagar.

Hace muy poco el Vicepresidente de Bolivia (comprensiblemente ofendido por las palabras que le dedicó el escritor a su país durante el mismo discurso), le recordó que él es un gran literato, pero un político fracasado. Por supuesto que tiene razón (si es que consideramos fracaso el no haber llegado a la presidencia de su país y le quitamos todo dramatismo a esa palabra-tabú), Vargas Llosa es un político fracasado, pero es que probablemente para ser un Nobel en algo haga falta “fracasar” en todo lo demás.

Se pueden tener muchos hobbies, pero a la excelencia se llega en muy pocas cosas. Jimmy Goldsmith fue un brillante empresario y un político fracasado, Churchill un genio de la política pero un militar mediocre y hasta Michael Jordan paseó su vergüenza por los campos de béisbol, después de haber sido el basquetbolista más grande todos los tiempos.

Hay que tener una gran humildad para aceptar la grandeza, para recibir la bendición de ser destacado y brillante en un campo. La humildad de saber, aceptar (y quizás celebrar), que eso es, probablemente, lo único que uno sabe hacer bien.

Si quieren escucharlo en términos un poco menos radicales, diría que es trabajando sobre nuestras virtudes y fortalezas, antes que disipando nuestros esfuerzos en aprender o perfeccionar aquello que menos se nos da y menos nos interesa, que logramos ascender en el dominio de una disciplina. Al menos eso es lo que indica la observación de los casos de quiénes se han elevado muy por encima de la media en todos los campos.

Trabajar sobre esas virtudes requiere perseverancia y para decidir cuál será ese campo al que dedicaremos nuestro esfuerzo tenemos a la pasión: pasión más perserverancia deberían ser las claves, o los secretos si lo prefieren, de los que han llegado a la maestría en cualquier disciplina. Esos tipos que ya no sirven para ninguna otra cosa.