Hace mucho tiempo vi una película en la que un francés emigraba a los EEUU y su vida daba un vuelco. No sólo se transformaba en un cocinero reconocido y lograba poner su propio restaurant, sino que era muy exitoso con las mujeres y socialmente popular.
El francés le describe su secreto a una persona que le pregunta por su éxito, en estos términos: “soy como Superman. De donde vengo nada de lo que hago es especial, pero aquí sí. Cualquiera sabe hacer una salsa en Francia, pero aquí es una habilidad apreciada y escasa. Lo mismo con respecto al romanticismo y las mujeres. A ellas les gusta que hable en francés, pero en mi país eso no es nada especial.”
Francia, en este caso, venía a ser como Krypton, el planeta del que provenía Superman y donde sus superpoderes no funcionaban.
La idea me pareció brillante y, en mi opinión, describe perfectamente algo que suele suceder en el mundo de las empresas. Yo lo llamo el “efecto Superman”.
Si lo que hace al éxito empresarial es, en gran medida, ofrecer un producto diferente y superior, ¿qué mejor que ofrecer aquello que sabemos hacer con maestría, pero en un lugar donde es casi desconocido?
Déjenme que se los explique con un caso concreto.
Marcelo es un emprendedor de origen argentino que vive en España. Como parte de la Tutoría On Line que está haciendo, me preguntó hace unos días mi opinión sobre un emprendimiento gastronómico que planea abrir en España.
Mi respuesta fue, por supuesto, que me parecía una buena idea, especialmente si aprovechaba el efecto Superman.
No es tan extraño como parece. Hace años que los argentinos escuchamos historias doradas de compatriotas que “hicieron la Europa”, con negocios tan sencillos y comunes (en Argentina), como fábricas de sandwiches de miga.
No es necesario poner un restaurant de carnes asadas (una parrilla, bah), para que el negocio sea “étnico” en la Madre Patria 🙂 . Muchas veces alcanza con ofrecer manjares que son cosa de todos los días en Krypton, pero muy apreciados en la Tierra.
Me pregunto cuanto éxito tendría un Club de la Milanesa en España, por ejemplo. Lo que sí sé, en cambio, es cómo funciona el negocio de La Tienda Argentina, a caballo tanto del gusto por lo diferente, como de la nostalgia sudamericana.
No hace falta aclarar que el efecto Superman funciona tanto de ida como de vuelta y que cuando entramos a un comedor español, de esos donde cuelgan los jamones serranos como si fuesen faroles decorativos, los argentinos entramos en éxtasis… mientras que los ibéricos mirarían lo mismo con completa indiferencia.
Mi cuñado es argentino pero vive en Málaga y se lleva mal con las panaderías españolas. “Los españoles a todo le ponen atún”, cuenta desconsolado cuando describe sus frustradas incursiones andaluzas en busca de facturas con dulce de leche.
Yo, que vivo en Argentina, daría cualquier cosa por tener en el barrio una auténtica fonda española, donde preparen pulpo y sirvan Albarinho, por ejemplo. Los españoles, en cambio, son devotos clientes de heladerías y pizzerías de rosarinos o cordobeses instalados en la península.
Ahora bien, mal que nos pese, el helado no es un invento argentino. Las pizzas, tampoco. Es cierto, pero también lo es que en nuestra condición de “italianos hispanoparlantes” tenemos cierta habilidad para los panificados dulces, las pastas, las pizzas y los helados.
Para los que vivimos en la “Pampa Gringa” (el centro-este del país, donde la inmigración italiana fue más intensa), esto es obvio. Sabemos desde siempre que aquí el asado es tan popular como los ravioles, y hasta hicimos un ritual de comer ñoquis (así, con “ñ”, la más hispánica de las letras), todos los 29.
Pero para volver al tema, sea un emprendimiento gastronómico, una marca de ropa o un establecimiento turístico, lo importante es hacer “la gran Superman”: apuntar a lo que para nosotros es sencillo y natural, pero para los demás es valioso, raro o al menos apreciado.
Más aún, el truco se puede (y se debe) aplicar en todo tipo de menesteres, inclusive los que a simple vista están alejados del mundo de las empresas y los negocios.
Hernán Casciari, por ejemplo, explicó una vez su éxito como escritor en España, a la habilidad innata argenta para el relato coloquial o, dicho en sus propias palabras, “de sobremesa”. Hernán es un amable mercedino, pero un día en que había tenido un “ataque al hígado” castigó a sus anfitriones con un agriculce: “los catalanes son maestros para el diseño… pero no les pidas que te cuenten una historia”.
Se esté o no de acuerdo con sus palabras (me castigó al bisabuelo, ¡yo no estoy de acuerdo! J ), la conclusión es clara: Hernán se ve a sí mismo haciendo la gran Superman. Cuenta los cuentos de Krypton, en editoriales catalanas, periódicos madrileños y canales vascos.
En “España, perdiste”, Casciari predecía un futuro negro para los españoles, cuando sus escuelas se vean desbordadas de niños cuyos apellidos terminen con “i”. La silenciosa invasión de esa gente que habla en español, pero tiene mayoritariamente apellidos italianos. Nosotros.
Volviendo al caso de Marcelo, el emprendedor del comienzo, es interesante que su apellido, aunque no termina en “i”, sí lleva una italianísima doble “t”. ¿No es eso un indicador infalible de lo que debería producir?
Marcelo, no lo dudes, hacé empanadas “caprese”.