A menudo se asocia a la innovación con una gran originalidad.
En realidad, el concepto de “nuevo” es relativo al tiempo y al lugar.
Algo puede ser nuevo aquí y no en otro lugar. O puede ser una novedad en este momento aunque haya sido conocido antes.
Una prueba de esto último es lo que llamamos Artefacto Fuera de Lugar (u OOPArt, por su sigla en inglés).
Un OOPArt es un objeto que se encontró en un lugar y tiempo muy inusual o aparentemente imposible.
El mejor ejemplo de un OOPArt es el Mecanismo de Anticítera, una calculadora mecánica que podía predecir la posición exacta del sol y la luna y los eclipses de hasta 19 años.
Es considerada la primera computadora analógica de la historia y fue desarrollada por los antiguos griegos (posiblemente Arquímedes), alrededor del año 87 AC.
Era lo que se dice tecnología de vanguardia pero por algún motivo desapareció de la historia. Para que apareciese un mecanismo de engranajes similar tuvieron que pasar casi 1500 años.
Cuando se construyeron los relojes astrológicos en Europa (como el de Giovanni de Dondi en 1348), se convirtieron obviamente en una innovación de vanguardia… nuevamente. La vieja tecnología, perdida por siglos, había vuelto a aflorar.
Otro caso interesante es el del motor a vapor o de combustión externa. Es difícil adjudicar su invención a alguna persona en particular (aunque suele dársele el crédito a James Watts), ya que se sucedieron docenas de artefactos similares con mejoras incrementales durante los siglos XVII y XVIII.
Aunque la primera persona que reclamó una patente por un invento que utilizase el vapor como fuerza motriz fue el español Jerónimo de Ayanz y Beaumont (en 1606), su origen puede rastrearse otra vez hasta la antigua Grecia donde Herón de Alejandría desarrolló la Eolípila en base a los mismos principios aunque sin aplicaciones aparentes.
En el sendero de desarrollo de esta tecnología se ve claramente como cada inventor construyó sobre la base de conocimientos y productos preexistentes, en un continuo donde la originalidad como concepto se reduce y se relativiza bastante.
Podría decirse que para innovar no hace falta ser totalmente original. A veces no hace falta ser original en absoluto. Se trata de aplicar saberes, principios o tecnologías conocidos en un contexto (tiempo y lugar), distinto del que se ha usado hasta el momento.
Innovar a veces se reduce a intercambiar ideas y luego aplicarlas. Es por eso que se ha destacado la importancia para el desarrollo intelectual y la creatividad de sitios como los cafés, donde la gente se reúne a conversar (y por lo tanto a intercambiar ideas), o la práctica del comercio, donde el contacto con personas, culturas e ideas diversas está asegurado.
En el contacto con otras personas e ideas, nos hacemos de los bloques de información con los que construimos nuevas cosas: tecnologías, productos, filosofías o arte. La mejor metáfora de la innovación es probablemente la de un niño jugando con esos bloques (y con otros niños), más que la de un mago haciendo aparecer algo de la nada.