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Cómo hablar con Dios en el trabajo

Durante 24 segundos todos vuelan en un ascenso con quiebres a un lado y a otro, izquierda-derecha-izquierda, mientras siguen avanzando, ciegos. “Desde el cockpit no se puede ver la salida y conforme vas subiendo no sabes donde vas a aterrizar”, dijo una vez el asturiano Fernando Alonso.

Ayrton Senna da Silva decía que hablaba con Dios precisamente ahí, en Eau Rouge, esa curva del circuito de F1 SPA-Francorchamps de Bélgica, que le pone los pelos de punta a todos y que sin embargo, dicen, representa “la más preciada gota del maravilloso elixir de la F1.”

Aunque era una persona de una religiosidad franca y abierta (que hasta era motivo de burlas), esta y otras experiencias del piloto brasileño parecían, sin embargo, ir más allá de lo que tradicionalmente conocemos como Fe. Una de sus experiencias místicas más importantes no ocurrió en Bélgica, sino en Montecarlo, durante las pruebas de clasificación para el Gran Premio de 1988. “Recuerdo que corría más y más deprisa en cada vuelta. Ya había conseguido la pole por unas décimas de segundo, y luego por medio segundo, y después por casi un segundo, y después por más de un segundo. Y más y más. Llegó un momento en que yo era dos segundos más rápido que cualquier otro, incluyendo a mi compañero de equipo, que conducía un coche igual. En aquel momento me di cuenta, de repente, que estaba pasando los límites de la consciencia. Mónaco es corto y estrecho, y, entonces, tuve la sensación de que estaba en un túnel, el circuito, para mí, era sólo un túnel.”

Lo que Senna describía es lo que el sicólogo ruso Mihály Csíkszentmihályi llama “estar en estado de flujo”. Según él, cuando se está en flujo “el ego desaparece. El tiempo vuela. Cada acción, movimiento y pensamiento sigue inevitablemente al anterior, como cuando se toca jazz. Todo tu ser está involucrado y usas tus habilidades al máximo.”

Csikszentmihályi reporta a través de los numerosos estudios y experimentos que ha desarrollado, 9 factores presentes en el estado de flujo, algunos de los cuáles son: distorsión del sentido del tiempo, acción sin esfuerzo y desapego del resultado. Lo que describe es, indudablemente, una alteración de la conciencia y la percepción, no debida al uso de psicoactivos o de prácticas medidativas o de inducción, si no al hecho de entregarse por completo a la actividad que más nos apasiona.

No es el primero ni será el último en reportar este fenómeno. De hecho, es un tema recurrente en las distintas tradiciones espirituales y místicas, aún en sus exponentes modernos. En las antiguas religiones orientales (Hinduismo, Budismo, Taoismo), el estado de flujo es lo que se alcanza cuando se supera la dualidad. “Ser uno con las cosas” es, posiblemente, otra forma de referirse al estado de flujo.

Eckhart Tolle, un moderno maestro espiritual, dice que la concentración absorbente que requiere una actividad peligrosa (como las carreras de Fórmula 1), produce frecuentemente que la mente se detenga y se alcance un estado superior de conciencia donde obtenemos también una claridad y enfoque superiores. “Cuando la vida está en riesgo, la mente no tiene tiempo de tontear”.

El hecho es que el desarrollo de una actividad (de un “trabajo”), en estado de flujo, se ha convertido en un Santo Grial para todos aquellos que han probado no sólo el extraordinario rendimiento que se alcanza, sino la profunda paz y alegría interior que se experimenta. Hay desapego del resultado porque la actividad es satisfactoria en sí misma. Se experimenta la unidad y la sensación de amor es sobrecogedora. Es “hablar con Dios” en el trabajo.

Es curioso que sea el amor y la entrega en lo que se hace lo que utilizan tanto los arqueros Zen para ser extremadamente precisos en sus disparos, como los mayores magnates del mundo para ser extremadamente exitosos. ¿Será porque las reglas del universo aplican tanto en los monasterios como en los recintos de la bolsa?

Alguien, a primera vista, poco interesado en lo espiritual es Donald Trump, el magnate inmobiliario estadounidense. Sin embargo, para él la clave del éxito es el amor. “Tienes que amar lo que haces”. Steve Jobs el fundador de Apple lo dice de un modo similar: “Tienen que encontrar qué es lo que aman”.

¿Y cómo se hace para encontrar lo que amamos? La clave la podría dar un viejo maestro griego: “conócete a ti mismo”. Aunque, si vamos a hablar de experiencias místicas, la mejor cita debería ser la de Buda: “Tu trabajo es encontrar tu trabajo. Y una vez que lo encuentres, entregarte a él de todo corazón.”

Ayrton Senna lo había encontrado y estaba entregado a él de todo corazón. Quizás sólo una vez en su carrera su mente se interpuso entre él y su riesgosa profesión. En abril de 1994 estaba atribulado por el accidente de un amigo y la muerte de otro en apenas dos días (el 29 y el 30), presionado por intereses comerciales, conflictuado en su vida sentimental, demostrando nerviosismo y desconcentración y comentiendo un error tras otro en las pruebas de clasificación. Su médico le recomendó no correr el Gran Premio de ese domingo. “¿Qué otra cosa puedo hacer?”, le contestó.

Ese domingo, a los 12 segundos y ocho décimas de comenzar la séptima vuelta del Premio de San Marino de 1994, mientras entraba a 300 km por hora en la curva de Tamburello, su auto tuvo un gravísimo desperfecto y quizás la mente de Ayrton se permitió esta vez “tontear” y separarlo de su coche, volverlo a la dualidad, quitarle una décima de segundo de reacción que le hubiese salvado la vida. A diferencia de Eau Rouge, en esta otra curva Ayrton ya no hablaba con Dios. El joven arquero zen fallaba un disparo por primera y última vez en su vida.

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