¿Obama es argentino?

obama2

“Señor editor: toda mi oficina acaba de presenciar la ceremonia inaugural, aquí en Ottawa, y había muy pocos ojos secos en la sala. Nuestras sinceras felicitaciones por la asunción de su nuevo presidente, Barack Obama. ¡Feliz retorno, queridos Estados Unidos! ¡Los habíamos echado de menos!”

Ese es el texto de la carta que envió a un diario americano Sharon Griffin, una ciudadana canadiense.

Aunque no estamos tan cerca de los EEUU, ni geográfica ni culturalmente, en parte me siento identificado. Tan así que esa carta inspiró este artículo para la edición de febrero de Rosario Express:

 

Es sorprendente. Que asuma un nuevo presidente en EEUU, ya es todo un acontecimiento. Nos guste o no, es el país más influyente del mundo. Que asuma un presidente afroamericano por primera vez en 233 años de democracia y lo haga, además, con un discurso revolucionario de unidad, valores e ideales, es, simplemente, inédito.

Lo increíble es que frente a ese espectáculo inspirador y reconfortante, los títulos de los diarios de Buenos Aires abunden en los clásicos: “Obama y la Argentina”, “¿Qué puede esperar el país de Obama?” y el infaltable: “Los argentinos con mejores contactos con Obama”.

El ingenuo egocentrismo que trasuntan me recuerda los improvisados reportajes que se les hacen a las estrellas pop de paso por Buenos Aires: “¿Qué le pareció el país?” o el más patético: “¿probasshhte el bife de chorizo?”.

Siempre pensé que era más interesante preguntarle al artista invitado sobre su música o su arte o lo que está creando o pensando, pero es difícil dejar de mirarse el ombligo cuando uno ha estado practicando tanto tiempo.

Con Obama sucede algo parecido. No digo que no debamos analizar cómo afecta el cambio nuestra política exterior y qué acciones diplomáticas convendría llevar adelante. Aunque sospecho que algunos medios apuntan más a notas de tono cholulo, en las que algún argentino que saludó de lejos a Barack en algún coctel hace 15 años, se convierte súbitamente en una celebridad en las fiestas de Punta del Este. “Ahí va fulano. Lo conoce a Obama”.

Supongamos que hiciésemos algo distinto. Que observáramos simplemente qué significa este presidente, para los americanos primero, y luego para el resto del mundo. Y que a partir de esa observación, de entender de qué se trata, decidiéramos si nos inspira en algo, si nos parece que tiene algún valor. Si hay algo digno de imitar, más que preocuparnos por averiguar si sabe donde queda el Obelisco.

Y bien, ¿hay algo digno de imitar? Para saberlo deberíamos analizar primero qué es lo que propone Obama. Aunque es un tema discutible y subjetivo, creo que escuchando su discuso de asunción (o cualquiera de sus discursos de campaña), surgen tres propuestas claras:

1-       La fortaleza de un país no está referida a la cantidad de armas que tiene o de riquezas que ha acumulado. Su fortaleza está siempre basada en la altura de sus ideales.

2-      Es una opción falsa la elección entre valores y seguridad. No se alcanza la seguridad traicionando los valores.

3-      Las injusticias del pasado se superan trabajando por el futuro en conjunto, como una nación. La evolución moral de un país supone tanto reconocer los propios errores cometidos, como actuar en unidad para corregirlos. Ningún sector del país queda afuera o se lo señala como un enemigo interno.

Sé que suena bastante idílico. Pero en realidad Obama no hace otra cosa que volver a las fuentes, recordar aquel ideario que hizo de EEUU lo que es hoy. No hay país grande y poderoso que no haya nacido de un ideal grande y poderoso, aunque luego se haya olvidado. No fue el desprecio y la desconfianza de la civilización islámica o la avaricia incontenible por el petróleo lo que hizo grande a los EEUU. Esa es una historia demasiado moderna.

¿Y por casa?

Pero para no mirar la paja en el ojo ajeno, podríamos mirarnos a nosotros mismos. Si a tantos nos emocionó la asunción de Obama, ¿qué hay en ese proceso que nos gustaría tomar para nosotros mismos? Si nos emociona o inspira es porque, de algún modo, refleja nuestras propias aspiraciones e ideales. De otro modo nos sería indiferente.

Vayamos a nuestras fuentes. Cuando clamamos por una mayor prosperidad en nuestro país, ¿lo hacemos teniendo en cuenta que nuestra intención original fue compartirla “con todos los hombres de buena voluntad” que quieran habitar este suelo? Esa fue nuestra idea fundacional.

Cuando soñamos, legítimamente, con la abundancia material que vemos en los países desarrollados, ¿recordamos que nuestros fundadores también soñaron con esa abundancia, pero disponible y accesible para la totalidad de los Argentinos? Un país que crece, pero donde cada vez hay más pobres, ¿eso es lo que queremos?

Cuando juzgamos con dureza al país, como si fuésemos ciudadanos de algún otro lugar, ¿nos acordamos de que, con todos sus errores, esta nación fue la que cobijó generosamente a millones de personas de todo el mundo que escapaban no sólo del hambre, sino de las persecuciones religiosas, étnicas o políticas?

Además de escrutar morbosamente en las debilidades y miserias de nuestros primeros patriotas, ¿recordamos el esfuerzo monumental que significó transformar este rincón pobre y olvidado del Imperio Español, en una de las naciones más prósperas del planeta, en el curso de dos generaciones? ¿Recordamos nuestros éxitos, no para envanecernos, sino para recobrar la confianza en nuestras propias fuerzas?

Y cuando nos relamemos recordando nuestras propias derrotas y nuestros retrocesos más recientes, ¿no sería mejor reconocer que fueron el resultado de nuestros propios errores? ¿Nos proponemos remediarlos trabajando juntos, como una nación? No importa quiénes o qué sector haya cometido los errores en el pasado. Todos juntos. Recordar no excluye perdonar y tender la mano. ¿Desde cuándo nos convertimos en refinados y minuciosos cultores del rencor y el resentimiento? ¿Cuándo fue que aceptamos que eso nos da un aura de superioridad moral?

“Hay que pensar el país en celeste y blanco”, repetía hasta el cansancio Hermes Binner en su campaña a Gobernador de Santa Fe. Y era imposible no notar algunas medias sonrisas, algunos comentarios sarcásticos. ¿Era demasiado ingenuo? ¿No era sincero?

Hace poco, la misma persona declaró que nuestro principal problema era la desigualdad. “Argentina es uno de los países más desiguales del mundo”. La respuesta fue inaudible, acostumbrados como estamos a que esta es la situación y a que la pobreza se utiliza solamente como una herramienta dialéctica en campaña.

Pero, ¿acaso no está dando en el clavo? ¿No son esos dos, precisamente, los ejes que necesitamos recuperar: la unidad y la igualdad? Esos dos y la libertad, forman juntos el alma de nuestro país, y de tantos otros. Recordemos: en Unión y Libertad.

Son esas mismas  ideas, enunciadas con elocuencia y dramatismo, las que le dieron el tono emotivo a la asunción de Obama.  Lo que nos emociona del proceso político americano (al menos a algunos nos emociona), no es más que un reflejo de nuestras propias aspiraciones, sueños e ideales. Y demuestra que existe un potencial futuro político, en nuestro propio país, que incluye todos esos condimentos. Si nos gusta lo que vemos en EEUU, es porque nosotros también podemos hacerlo. Nos gusta porque lo deseamos, quizás secretamente. Y si lo deseamos, podemos hacerlo.