Markus Frind: el nuevo millonario web

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El chico quiere impostar una imagen cool. Dice algo así como: “Imagínate: cinco chicas y yo en un crucero en la Riviera Maya. ¡Qué vida dura!”

El periodista que lo está entrevistando no cae en la trampa: Markus Frind tiene una cara de nerd que lo delata. Puede haber ido hace poco con su novia y cuatro amigas a México y alquilado un barco con capitán y todo, pero detrás de esos lentes de montura gruesa hay un chico que se relaciona mejor con las computadoras que con las personas, incluidas las del género femenino.

Precisamente por eso es muy interesante que haya hecho su fortuna con un sitio web de citas.  Plenty of Fish, se llama, o sea “un montón de peces”.

El jura y perjura que no la creó para conseguir chicas, sino para tener un ingreso estable, aunque nunca soñó que iba a tener más de 1.600 millones de visitas y ser el sitio de citas on line más popular del mundo.

Pero eso no es lo más interesante del caso.

Lo verdaderamente llamativo es que ese “microemprendimiento”, que comenzó en 2003 él solo y sin ningún tipo de inversión, factura actualmente 10 millones de dólares al año por publicidad. Por si eso todavía no te sorprende, la empresa hasta 2007 no tuvo ningún empleado y Markus la manejaba desde la sala de su casa.

De hecho, recién en 2008 (cuando se volvió una pequeña celebridad en el mundo web), alquiló una oficina en Vancouver (la ciudad canadiense en la que vive), de más 1000 metros cuadrados. El problema es que hasta el día de hoy la oficina está ocupada por sólo tres personas y casi no tiene mobiliario ni movimiento. Es evidente que no la necesita.

Quizás tampoco necesite a sus empleados. Frind contrató a esas personas para que presten servicio al cliente y para que borren las fotos de desnudos que se suben al sitio. El resto del trabajo lo hace él mismo.

Y no es que invierta un gran tiempo en hacerlo. De hecho, en un día típico puede manejar el monitoreo de su sitio, en su mayor parte automático, en menos de una hora por día.

Debes estar preguntándote: “¿cómo puede alguien haber llegado a facturar 10 millones de dólares al año sin empleados y trabajando part-time?”.

En realidad, lo de Frind no es un caso aislado, aunque sea de los más espectaculares. Es un emergente, cada vez más visible, de una nueva organización de los negocios en Internet.

Lejos están los días de la euforia puntocom, cuyos gerentes o fundadores posaban orgullosamente en las tapas de las revistas de negocios. Esos recibían millonarias inversiones (mucho antes de que sus empresas ganaran un dolar), de capitalistas de riesgo, bancos y hasta de multinacionales ansiosas por poner un pie en la red. La mayoría de esas empresas se fundieron.

Mucha agua ha pasado bajo el puente y actualmente es tanta la cantidad de servicios gratuitos que existen para los emprendedores de Internet, que poner  una empresa y hacerla ridículamente rentable (como en el caso de Plenty of Fish), no requiere más que un puñado de dólares.

Se creó lo que en la jerga de los negocios virtuales se llama “ecosistema”, un conjunto de servicios ofrecidos gratuitamente a los emprendedores, que incluyen creación de y alojamiento de sitios web, venta de publicidad, alojamiento y distribución de archivos, análisis estadístico de visitas, mensajería instantánea, telefonía web, diseño y edición de libros, edición y alojamiento de videos y un larguísimo etcétera. Con regalos como éstos ¿quién necesita inversión?

Gran parte de este nuevo y fértil paisaje es el resultado del creciente liderazgo de Google y de su decisión consciente de ofrecer muchos de esos servicios y productos a cambio de nada, gracias a un modelo de negocio que descansa en buena parte en sus billonarios ingresos por publicidad.

Ahora bien, ¿por qué estoy contándote esta historia? ¿Por qué me apasionan tanto los nuevos negocios de la web? No es sólo porque constituyen una etapa fascinante en la evolución económica del mundo. Hay algo más.

Lo que me quita el sueño (literalmente), es pensar en la gigantesca ventana de oportunidad que esto abre, no tanto para quienes viven en Vancouver, San Francisco o Nueva York (para ellos no es nada nuevo), sino para los centenares de millones que no están allí, pero tienen una computadora, una conexón a Internet y unas ganas desenfrenadas de tener un negocio, en lugar de un trabajo. De acuerdo, y quizás también ganas de irse de crucero al Caribe.

Pero, aún descartando la parte glamorosa, el fenómeno es abrumador. De hecho, ¿a quién le importa cuántos miles se van a hacer ricos con esto? ¿No es más importante pensar cuántos millones van a poder vivir holgadamente en el futuro, trabajando desde sus hogares, con una enorme calidad de vida, sin miedo al despido y sin estrés? ¿Cuántos serán en México? ¿Cuántos en Bogotá, Santiago o Valladolid?

Finalmente, y como si esto fuese poco, se me ocurre que aquí hay algo más que la sola “maximización del beneficio” del emprendedor tradicional.  Frind, por ejemplo, ya recibió varias ofertas de compra de su empresa, las que ha ignorado olímpicamente. No porque negocie un precio mayor, sino probablemente porque no sabría qué hacer si la vende.

Además, no ambiciona cobrar un jugoso cheque para retirarse. Tampoco le interesa transformarse en un ejecutivo de alto rango de una empresa con cientos de empleados, ni cotizar en bolsa. No se enloquece por crecer más.

Se conforma con seguir manejando su empresa (lo que le divierte mucho), y sorprendiendo al mundo corporativo, como un bicho raro que se deja estudiar mansamente.

Valora su libertad, no ambiciona un jet privado, no corteja a ningún banquero, parece un chico común (y lo es), vive una vida normal y sin grandes emociones. De hecho, está muy lejos de sentirse estresado. Pero le quedan limpios cinco millones de dólares al año. Y aunque es un poco nerd, a veces se va al Caribe con cinco chicas.