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La reivindicación de Arthur Andersen

El Legado de Arthur Andersen

Carmelo Canales y Francisco López

Editorial Libros de Cabecera

Cuentan que un día un estudiante le preguntó a Borges porqué, siendo una persona culta e inteligente, se oponía al curso de la historia. Borges no se molestó en discutir cuál creía el estudiante que era exactamente el curso de la historia, sino que contestó con elegancia: “Oiga, joven, ¿no sabe usted que los caballeros sólo defendemos las causas perdidas?”.

La de la reivindicación pública de Arthur Andersen quizás sea una de esas causas dignas de caballeros. La otrora exitosísima y ejemplar firma de auditoría cayó en desgracia en 2001 como resultado del escándalo Enron, la empresa americana que fue juzgada y hallada culpable de manipulación fraudulenta de su información contable.

Enron fue uno de los clientes estrella de AA y su implicación en el caso la arrastró a un descrédito del que no pudo recuperarse y que finalizaría con el desguace de sus operaciones en todo el mundo.

Sin embargo, no todos están de acuerdo con la versión oficial de la historia. Especialmente los que han sido parte de Andersen. Los que conocieron su filosofía por dentro y los que aprendieron a respetar y aplicar un credo empresario y una cultura que fueron en su momento un modelo a seguir para empresas de todos los sectores.

Carmelo Canales y Francisco López, ambos ex “Arturos” (como ellos mismos gustan llamarse),  son dos de esas personas. En “El Legado de Arthur Andersen“  López y Canales  explican y justifican detalladamente porqué consideran que la firma de Chicago creó un modelo empresarial digno de ser recordado e imitado y que no debe perderse por los desatinos de sus últimos años.

El libro se remonta a los orígenes de la firma, una pequeña oficina de auditoría montada por un joven contador de Chicago y finaliza con los días aciagos del caso Enron en un análisis meticuloso de las virtudes que hicieron de AA la firma de auditoría y consultoría más importante y que, una vez abandonadas, la llevaron a su hundimiento.

La tesis de los dos autores, precisamente, es que el comienzo del fin de la empresa fue la traición, una a una, de sus propias convicciones, lo que ellos llaman “las siete columnas”.

En la presentación de ese modelo empresarial se nota desde el comienzo (como en otro libro de López), un afán didáctico con el que colabora una escritura clara y fluida. Además, aunque todo el texto transmite una marcada lealtad para defender la firma y sus valores éticos fundacionales son, al mismo tiempo, absolutamente honestos para hablar de las virtudes y defectos del fundador y de quienes, subsiguientemente, marcaron el carácter de la organización.

Sin embargo, no es la teoría del “modelo Andersen” lo que más les enamora (ya que el mundo empresarial está repleto de hermosos modelos corporativos y “visiones”), sino la puesta en práctica de ese modelo que, según ellos, logró AA. En palabras de los autores: “los principios están muy bien pero requieren de herramientas concretas y prácticas, de aplicación cotidiana, que los sustenten y materialicen”.

En efecto, hablar de Unidad, Integridad, Cooperación, Ambición, Talento, Servicio y Resultados, no puede asombrar a nadie del ámbito corporativo. Lo distintivo es haber creado una empresa que encarnaba verdaderamente esos principios. Y eso, según los autores, es lo que era Andersen y lo que explican a través de una completa descripción de su forma de organización: desde la forma legal adoptada (una suerte de cooperativa global), hasta los mecanismos de promoción.

Hay que decir que en su perspectiva y en su empeño no están sólos, ya que al final del libro se presentan numerosos testimonios de distintos ex socios y consultores de AA sosteniendo ideas similares sobre las virtudes de la empresa y del legado perdurable que ha dejado.

Un punto a destacar es que casi todos ellos, como los mismos autores, son españoles. Y no es menor el dato, ya que AA parece haber tenido en España un rol que fue mucho más allá de su éxito como firma de auditorías.

En efecto, el gran crecimiento de Andersen en la península se dio en los 70 y 80, una era en la que el espíritu de época y las necesidades del país concidían con lo que la firma tenía para ofrecer: un credo de eficiencia empresarial y herramientas para ponerla en práctica. Andersen fue, probablemente, una de las fuerzas más activas en el pujante crecimiento y la rápida transformación económica de la España moderna.

Canales y López hablan desde ese lugar. Aunque leales y comprometidos con la unidad de la empresa en todo el mundo, aunque reverentes al hablar de los cuarteles generales de la empresa o su centro universitario en Illinois son, a fin de cuentas, dos españoles orgullosos del progreso empresarial de su país y del rol que su ex empresa tuvo en ello.

Por el contrario, pareciera que poco o nada han tenido que ver los españoles en la lenta degradación de los principios que se dio, al calor de los locos años noventa, en el ámbito empresarial americano, en general, y en AA en particular. Y es precisamente por haber sido en gran parte ajenos a ese derrumbe de la empresa que admiraban tanto, que les ha dolido más. Por eso les parece más injusto el juicio de la historia.

Es que, a no equivocarse, aunque El Legado está escrito con el estilo meticuloso y medido de un contador, las palabras surgen del corazón. Se fue una empresa que formó a generaciones de buenos ejecutivos y consultores, íntegros y capaces. Y se fue por traicionar sus propios principios.

Esa es la moraleja de la historia, lo que se quiere decir. Rescatar algo que fue bueno y noble, aunque sea difícil creerlo hoy en día. Porque la de la recuperar la reputación pública de Andersen es una causa difícil. Vale decir, la causa ideal para dos caballeros.