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El japonés y el Coyote

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(mi columna de La Capital de este domingo) 

“El noventa por ciento del éxito se basa simplemente en insistir”, dijo alguna vez Woody Allen. Soichiro lo sabía, quizás intuitivamente. Nació en 1906 en una pequeña comunidad rural de Japón y pronto se dio cuenta de dos cosas: 1- que amaba los motores y 2- que vivía en el lugar equivocado.

A los 15 años obtuvo un puesto en una fábrica de motores de Tokio, pero cuando se presentó en la empresa no le dieron un overol y una pinza, le asignaron el cuidado del pequeño hijo del dueño. Aunque frustrado, no abandonó Tokio ni su nueva y precaria oportunidad laboral.

Volvería recién diez años después a su pueblo natal, para abrir un taller de reparaciones de motores. Pero su sueño no era repararlos, sino fabricarlos. Así fue que Soichiro, contrariando a sus amigos, familia y todo tipo de consejeros, abrió poco después su primera fábrica de pistones.

Al comienzo sus productos eran malos, Soichiro no sabía lo suficiente de metales. La empresa casi se funde, sus socios lo abandonaron y él cayó gravemente enfermo sin poder trabajar ni levantarse de la cama.

Cuando se recuperó, comenzó a alternar su trabajo en la empresa con el estudio en la universidad (tenía ya más de 30 años), adonde acudió para aprender más sobre metales. Lo expulsaron a los dos años.

Cuando finalmente logró mejorar el producto y aumentar las ventas, la empresa se hallaba ya bajo una fuerte deuda contraída durante años de malos negocios y peor administración financiera.

Para 1945 había conseguido sanear la empresa y comenzaba a disfrutar de cierto éxito, pero el país estaba en guerra. Ese año su fábrica desapareció bajo las bombas americanas.

Finalizada la guerra estaba casi como al principio. Escaseaban los materiales, el combustible, el dinero y los clientes, pero Soichiro volvió a preguntarse:” ¿porqué no montar una fábrica de motores?”. El hombre, además de inteligente, era más tesonero que el Coyote.

La versión corta de una historia larga es que este coyote al final atrapó al Correcaminos: no sólo fabricó motores, sino motos y autos. Esos que ustedes conocen. Porque, ¿saben qué? aunque su nombre no les suene, a Soichiro Honda seguro lo conocen por el apellido.