Saltar al contenido

Algo más que medialunas

medialuna.jpg

(mi artículo para este número de Opinión Sur)

El joven encuestador estaba sentado frente al gerente de cabello blanco y seño adusto, entrevistándolo como había hecho ya con otros ejecutivos de grandes empresas, para evaluar sus prácticas en recursos humanos. Promediando la entrevista formuló, como al descuido, la pregunta clave:

-“¿Ofrecen a sus empleados algún tipo de actividades de distracción o entretenimiento?

El empresario enarcó bastante las cejas y no disimuló su cara de asombro. Con seguridad, “entretenimiento” no era una palabra que él estuviera acostumbrado a pronunciar en el trabajo.

– Bueno –dijo, apenas repuesto de la sorpresa inicial- los empleados suelen mirar por la ventana para distraerse. Y también les dejo comer medialunas.

No había ni asomo de ironía o sarcasmo en sus palabras. Simplemente eso es todo lo que concebía como “distracción en el trabajo”. En realidad, es más que posible que pensara que mientras menos distracciones en el trabajo, mejor para la empresa.

La anécdota no sólo es absolutamente verídica, sino que marca el modo de pensar predominante en una franja importante del empresariado más tradicional.

En ese grupo, los espacios recreativos en el ámbito de trabajo son aceptados, en el mejor de los casos, como prácticas adecuadas para empresas “especiales” como 3M, con su enfoque obsesivo (y redituable) en la innovación, o empresas “modernas” por definición, como Google.

En el peor de los casos, estas prácticas son concebidas como una herramienta de marketing corporativo algo engañosa, de forma que en algunos casos lamentables los empleados se enteran leyendo el suplemento de economía del diario, que su empresa ofrece a su gente clases de yoga o gimnasia… de las que ellos nunca tuvieron noticia.

Aún así, es creciente el número de empresas que sí tienen una visión moderna de las políticas de recursos humanos y son consecuentes con ella. Esas empresas incluyen dentro del horario de trabajo actividades no tradicionales de tipo artístico, formativo, deportivo, lúdico o inclusive trabajo comunitario.

Algunas de esas firmas son pequeñas, como Nemo Group, una PyME tecnológica argentina que ofrece a sus empleados tanto cursos de idiomas (optativos y gratuitos), como clases de Tai Chi Chuan. Otras son más grandes, como Zonamérica, el Parque Tecnológico de Montevideo, que construye sus edificios con las oficinas mirando a patios centrales que cuentan con aros de básquet y mesas de ping-pong.

¿Brazos o cerebros?

Sin embargo, sería erróneo considerar estas acciones exclusivamente como demostraciones de generosidad corporativa o productos de un espíritu bohemio. La verdadera razón es que empresas como Nemo, Zonamérica, Google o 3M han comprendido que no contratan brazos, sino cerebros, y saben que éstos son su mayor capital.

Entienden que en un mundo de sobreproducción e hipercompetencia, su éxito está atado a su capacidad de innovación. Yvon Chouniard, el fundador de la compañía de productos deportivos Patagonia, lo explicaba de esta forma: “No quiero fabricar el mismo producto que otra empresa, porque entonces tendría que competir frontalmente en calidad, precio, distribución y publicidad. Es decir, todas las formas normales de vender cada vez que tienes un producto que es idéntico al de alguien.”

Pero la creación de nuevos productos no es la única forma de expresión de la creatividad y la innovación en la empresa. A falta de nuevos productos, nuevas y mejores formas de promoción, de distribución o de servicio al cliente, son igualmente importantes.

Y aquí es donde cobra relevancia el clima laboral y las actividades formativas, informativas o recreativas. La mayoría de las innovaciones surgen de la imaginación y el conocimiento de los empleados comunes y un clima laboral relajado y distendido es uno de los elementos que crean tierra fértil para el trabajo creativo de esos empleados.

La experiencia indica que el trabajo se desarrolla con mayor creatividad cuando se permiten pausas y distracciones para descansar y cuando se nutre a las personas con información, tanto la directamente relevante, como la que a primera vista no lo es.

Pero ¿qué sucede con los trabajos “no intelectuales”? ¿También requieren creatividad? La realidad es que el rumbo de la economía y la sociedad muestra que todos los empleos, en todos los sectores, tienden a convertirse lenta pero firmemente en “trabajo intelectual”. La maquinaria que reemplaza año a año los trabajos “físicos” o de menor calificación, precisa de gente que la opere y la mantenga. El requerimiento de formación es creciente prácticamente en todos los puestos de trabajo y sectores económicos. Como dice la profesora de Harvard Shoshona Zuboff: “las máquinas inteligentes exigen trabajadores inteligentes”.

Si la naturaleza intelectual del trabajo es la nota distintiva de la economía moderna, resulta abrumadoramente evidente que crear un ambiente propicio, con actividades formativas, de recreación y esparcimiento resulta, a corto o mediano plazo, un beneficio directo para la empresa. Este es otro de esos maravillosos casos donde el progreso humano va exactamente a la misma velocidad que el progreso económico. Aquí no hay oposición entre lo bueno y lo conveniente.

Sencillamente, las actividades “extralaborales” que se ofrecen en las empresas son muchas veces sólo otro nombre para la inversión en capital humano. Son el alimento de los cerebros, el activo empresarial más importante. ¿No vale la pena que la dieta incluya algo más que medialunas?